sábado, 12 de julio de 2008

El Armario Maldito

Un amigo ayer me dijo que estaba a punto de confesar a su madre que es homosexual.
¡Que huevos, por Dios! No debe haber una cosa mas difícil de decir que esa cuando uno es un pendejo. Podes decir que repetiste de año, que estás embarazada, que te llevaron en cana, que te drogas, pero confesar que te gusta gente de tu mismo sexo a tus padres es algo que no llegas ni a imaginar. Probablemente lo sentiste por mucho tiempo, pero no se lo podías insinuar ni siquiera a tu sombra, mucho menos decírselo a tus padres. Por ahí con algún amigo o grupo de amigos está todo bien, pero muchas veces tenes esa sensación de que si se enteran cual es tu orientación sexual los vas a perder. A los chicos que me cuentan esto yo secamente les digo: “Si los perdés, es mejor así porque significa que nunca los tuviste”. Sin embargo, se que esto es fácil de decir para un puto viejo como yo, que ya no tiene nada que perder porque se lo ha gritado a los cuatro vientos desde su juventud, pero para alguien que todavía no transitó ese camino, hablar sobre su sexualidad puede ser algo muy difícil.
Como lo vayas a vivir vas a ser acorde a la crianza que hayas tenido y el ámbito en el que te hayas movido. Para mi salir del closet era algo inconcebible porque venía criandome en una comunidad estrictamente religiosa desde los siete años de edad, para los cuales el “comportamiento homosexual” significaba una de las mas grandes aberraciones humanas.
“¡Es la degeneración total!”, me dijo la directora del colegio primario al que yo iba después de que nos encontraron a mi y a otro nene mas acariciandonos en un rincón. El revuelo que se armó fue monumental. Nos increparon a los dos para descubrir quien era el desviado corruptor y quien la victima. Se ve que pensaron que la victima era yo porque al otro chico lo echaron del colegio, después de humillarlo públicamente.
En esa oportunidad era muy chico y pude esquivar la tormenta. El hecho que pensaran que yo era la victima me ahorró una gran cagada a palos por parte de mi progenitora. Mi mamá varias veces me había dicho que tener un hijo puto era una desgracia horrible y que si yo alguna vez llegaba a ser como Gasalla o Bruno Gelber, me iba de casa. Este era mi secreto. Secreto que tenía que guardar con mi vida. Secreto que nunca, bajo ningún punto de vista podía ser develado. A nadie.
Escuchaba tantas cosas que me aterraban, que a medida que iba siendo mas consciente que no había vuelta atrás en esto, me acomodaba mas y mas en mi armario. Por un lado tenía todo el lavado cerebral que recibía en la congregación adventista del 7mo día, y por el otro lado escuchaba cosas en boca de mis compañeros de colegio, mi madre, la gente del barrio y los programas de televisión que me llevaban a esta angustiante conclusión: Contar lo que me pasaba significaba morir en vida; mejor quedarse callado y mentir.

Cuando ingrese al colegio Manuel Belgrano de Ituzaingó en el año 1991, me sorprendí con la facilidad que todos los varones jugaban a ser trolos. Se daban picos, se tocaban el culo, mariposeaban por ahí. Pero eso si, eran machos. Se cogían minas (o trataban). Tomaban cerveza, buscaban siempre alguien para terminar matándose a piñas y escuchaban Green Day o Ramones. Si por casualidad llegaban a ver un chico amanerado por la calle a la noche, no tenían ningún problema en ir a demostrarles que era ser macho y lo cagaban bien a golpes. “A los putos hay que matarlos a todos" decían después de contar la hazaña. Varias veces me escuche a mi mismo decir esa frase. En fin, así era ser gay en los noventa, en provincia.
Llegó el año 1993 y Madonna vino a dar su concierto en Buenos Aires, como parte de su gira “The Girlie Show”. Obviamente que este puto había sido fanático de Madonna desde “La Isla Bonita”, así que ese viernes me fui hasta River para ver el show. Solo, obviamente.
Cuando llegue a River y vi tantos putos y tortas besándose, de la mano y hablando en voz alta sobre su condición sexual, algo me estalló en el cerebro. Esto no podía ser verdad. La putez era algo para esconderse y avergonzarse, no era para estar viviendolo de esa forma. ¿Como se animaban? ¿Como no tenían miedo?
Esos dos recitales cambiaron mi vida para siempre. Después de conocer lo que era vivir en libertad me invadió una rebeldía y una bronca con todo lo que me rodeaba tan grande, que empecé a buscar formas para darle a entender a los demás quien era yo sin realmente decirlo.
Entre los fans de Madonna había un chico que estaba un poco enamorado de mi y me había escrito una cartita. A mi no me pasaba lo mismo con el chico, pero la guarde en un bolsillo para leerla mas tarde. Una noche estaba con el dando vueltas por ahí, y se me hizo tarde. Llegué a mi casa en medio de un diluvio torrencial, cerca de las cinco de la mañana. Mi mamá preocupada, sin conocer mi paradero, hurgó entre mis bolsillos deseando encontrar un numero de teléfono de algún amigo para saber donde estaba (en esa época los celulares los tenían solo los empresarios). Encontró la cartita.
Abro la puerta y mi mamá tenía la misma cara de Largo de los Locos Adams:
“¿De donde venís?”. Su cara me decía que esta noche iba a haber piñas.
“De por ahí con los chicos”, dije con voz de boludito.
“Quiero que agarres todas tus cosas y te vayas”. Mi vieja ve muchas novelas
“¿Por qué?”
“¿Por qué? Vos sabes muy bien porque”.
Se enteró. Era obvio que se enteró. Pero, ¿como? Yo hasta ese momento siempre había sido extremamente cuidadoso, no había forma que ella supiera que...
La cartita. ¡La encontró! ¡Uy, la reputa madre que lo parió! Cómo mierda la encontró si yo la tenía... ¿en donde? ¿Donde carajo la guardé?
“¿Quién es Gastón?” ¡Si! ¡Grande Alberto Migré, carajo! Me iba desenmascarar cueste lo que cueste.
“Ehh... yo... eh...soy... eh...” Que idiota, no podía ni hablar.
“¡Vos sos un PUTO!”
Ahí estaba. El final del camino. Lo dijo. Y lo dijo con mayúsculas. Vi mi vida entera pasar delante de mis ojos. Tenía toda la razón en mis sospechas. Esto era la muerte. Pero era la muerte de alguien que ya había vivido suficiente y no quería seguir. Era el nacimiento de una persona nueva.
Sin decir ni una sola palabra me cambié la ropa empapada y me fui. Me acuerdo que salí de mi casa corriendo con toda la fuerza que me daban mis piernas y atrás quedaban los gritos de mi vieja “¡No te quiero volver a ver nunca mas, degenerado de mierda!”. Corrí y corrí. No tenía idea donde iba, solamente tenía que correr y escaparme de esa pesadilla.
El resto de esa noche lo dormí por la calle, después fui a la casa de alguno de los chicos fans de Madonna. Ellos eran los únicos que me podían entender, y los únicos dispuestos a luchar por una causa común. Todos estábamos en la misma.
Unos días después hable con mi mamá y me vi forzado a decir lo que nunca había dicho: “Ma, soy gay”. Silencio sepulcral, seguido de escena de Migré: “¿Pero como? ¿Por qué? ¡Es un pecado terrible! ¿En qué me equivoqué? ¿Qué es lo que ves en los hombres?” Estuve tentado a decir “Lo mismo que vos”, pero no lo dije.
Entre llantos y puteadas, mi mamá hizo lo que se estilaba en esa época. Me mandó a una psicóloga. “Vas a ver que vas a hacer un tratamiento y te vas a curar”. La psicóloga pudo ver que yo ya tenía una postura resuelta, entonces termino atendiéndola a mi vieja. Hoy por hoy mi vieja recuerda esos días y se caga de risa de lo cavernícola que fue.

Mi amigo, el que está pasando ahora por lo que yo pasé hace tanto tiempo, me dijo despues de hablar con su madre: "No me siento aliviado. Esta todo mal”. Esto es logico. Durante un tiempo no va a estar aliviado, durante un tiempo las cosas van a parecer que están cada vez mas podridas. Pero supongo que es como cuando te ponen ortodoncia. Tenes los dientes torcidos y no te los bancas. Después no solo los tenes torcidos sino que encima, alambrados. Pero llega un día en el que se enderezan, los alambres se van, y aparentan haber estado siempre derechos. Me gustaría poder transferirle mi experiencia, pero es imposible. Es un camino que tiene que transitar, y a ese camino no se lo puede obviar.

¿Salir del armario o quedarse adentro? ¿Se está cómodo adentro o se está incomodo? Puede sentirse una comodidad provisoria, pero es una comodidad ficticia. Una vez que entendés lo que es vivir en libertad, podes ver cual es la verdadera comodidad.
Y ya no querés volver a estar encerrado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy sintiendo lo que es salir del closet.

Unknown dijo...

Bueno, me alegro mucho por vos. quien quiera que seas!

saludos

Anónimo dijo...

Hola, como va?
Me gusto mucho esta historia, yo tambien sali del closet hace mucho, pero no fue tan traumatico lo mio y mi vieja lo tomo bastante bien. Los hijos unicos cargamos con una mochila adisional, y es la de tener hijos para hacer a nuestras madres abuelas. Mi vieja ya desistio de esa idea hace mucho.


PABLO (un beso Marce)

Marcelo dijo...

Hola Pablo
Es verdad, la carga de los hijos y continuar la especie es una imposición jodida. Mi mamá también se la sacó de la cabeza. Lo que no quiere decir que un día me raye y quiera tener hijos... pero no creo...
besos para vos también

Marce