lunes, 14 de julio de 2008

Inexperiencias Traumáticas: ¡Asesino!

Siempre veraneaba cuando era niño en Ingeniero Maschwitz. Ahí se encontraba en esa época el camping recreativo de la comunidad adventista del 7mo día, a la cuál mi madre y yo pertenecíamos. Creo que no conocí el mar hasta los doce años mas o menos. No teníamos recursos económicos como para hacer otro tipo de veraneo y además mi mamá tenía que trabajar. El plan consistía entonces en que nos íbamos en carpa y los días que mi mamá tenía que trabajar me dejaba al cuidado de los caseros del camping y yo jugaba junto a los niños del lugar, que eran mis amigos del verano.
Tengo recuerdos de que el camping era bastante lindo. Mucho espacio verde, arboles, un arrollo de agua podrida rodeado de yuyos al cuál los niños llamábamos “La Jungla”, en donde siempre vivíamos temerarias aventuras llenas de peligro y acción.
Sin lugar a dudas, la principal atracción para los pequeños era la pileta. Ahora que soy grande me parece que esa pileta era chica y fea, pero en ese momento era todo lo que nos importaba en el mundo, y nadie nos podía sacar de ahí en todo el día.
Cualquiera que haya estado en una pileta que queda en medio del campo sabe que miles de ranas y sapos suelen jugar en la pileta tanto o mas que los niños. Nosotros estábamos totalmente fascinados con estos animalejos inmundos y los perseguíamos, los observábamos con detenimiento y los estudiábamos. Una vez que habíamos entrado en confianza, los metíamos en un balde para ver cuanto tiempo podían convivir las bestias sin asfixiarse. Habíamos escuchado ese rumor que cuenta que si agarras un sapo y lo das vuelta con su colita apuntando a tu cara, el sapo, por puro instinto de preservación, te tira un chorro de meo que te puede dejar ciego. Bueno, no dejó a nadie ciego, pero a mi uno me tiró un pichin que fue a parar a mi boca y creo que el gusto agrio que me dejó no me lo logre sacar por una semana.
Por la noche, cuando el casero encendía las luces de mercurio, veíamos en el pasto un leve movimiento. Eran los sapos y las ranas que saltaban para buscar a sus hijitos, o para escapar de nosotros, no estoy seguro. A nosotros nos agarraba un ataque de alegría y empezábamos a gritar como indios y a correrlos.

Una vez, alrededor de la pileta, estábamos haciendo una de nuestras cacerías en la cuál habíamos tomado a unos veinte sapos de rehenes. La idea era tener el balde repleto de anfibios y esperar pacientemente a ver si sus amigos venían a su rescate. Si sus amigos encaraban la misión y aparecían... no se... ahí veríamos que se nos ocurría hacer con ellos.
Escuchábamos el croar angustiado de los pequeños miserables, pero sus amigos habían decidido salvar su propio pellejo y no venían a por ellos. Esperamos diez minutos, después veinte. Nada. Ningún otro ser verde aparecía en la escena. En un momento vemos que una ranita habilidosa pega un salto magistral y logra salir del balde.
¡Horror y condenación! ¡Esta bastarda quería arruinar nuestro plan!
“¡Chicos, se escapa la rana! ¡Corran! ¡Marce, hace algo!” gritaba a voz en cuello nena-rubia-cuyo-nombre-no-recuerdo.
Como un policía en servicio, me puse rápidamente de pie y tome mi arma caza-ranas que era el mosquitero ese que se usa para limpiar la pileta. Corría tras ella lo mas rápido que podía, pero la maleante rana había tomado mucha sopa y era mas rápida que yo. Con su corazón a mil trescientos latidos por segundo, el estresado anfibio intentaba salvar su vida luchando contra viento y marea, pero se empezaba a cansar y sus saltos ya no recorrían tanta distancia como al principio de la persecución. Una vez que logré acercarme lo mas posible, intenté cazarla con el mosquitero pero cada vez que trataba de levantarla, ella pegaba un salto y se me escapaba. Los tres niños que permanecían al lado de la pileta, me alentaban con cánticos de victoria. Esos cánticos desataron el monstruo que se escondía en mi. Con los ojos inyectados, la mandíbula trabada y convertida en quijada de piraña, levante mi arma velozmente y descargué un violento golpe sobre el indefenso animal: “¡Tomá, hija de pu-TAAA!”, grite al aplastar a la verde saltarina.
Al terminar de dar ese golpe y ver a la rana inmóvil a través del mosquitero, fui consiente del horror que tenía delante de mis ojos. Levante el mosquitero y mire a la rana enmudecido.
“¡Marce! ¿Qué pasó?”, preguntó nena-rubia-cuyo-nombre-no-recuerdo.
“La mató.” Dijo fríamente su hermano.
“¿La... mataste?, preguntó la niña balbuceando.
Me agaché y traté con cuidado de ver en que situación vital se encontraba mi víctima. Parecía muerta. No se movía. De repente, veo que su panza se mueve. ¡Estaba respirando! ¡Si! ¡No se había muerto! ¡Estaba bien y seguramente íbamos a seguir jugando!
“¡Che, me parece que no! Ahí se le mueve la...”
Nunca concluí la frase. El estomago de la rana se infló mas de lo normal y lentamente se desinfló. La rana volvió a quedar inmóvil. Con cautela acerqué el mosquitero y moví el cuerpo de la rana. No respondía. Repetí la acción. Tampoco se movía. Era un hecho: la rana había dado su ultimo respiro y entraba en la inmortalidad. Gracias a mí.
“Chicos...la rana se murió”. No te das una idea de lo fuerte que sonó esa oración mientras la decía.
“!No!”, gritó horrorizada la rubiecita “¡Asesino! ¡Asesino! ¡Es de Dios y la mataste! ¡No te vas a ir al cielo! ¡Asesino!”. La niña rompió en un llanto desgarrador y continuaba diciendo cosas incomprensibles. “¡Te juro que fue sin querer!”, atine a decir para calmar a la niña. Ella seguía llorando cada vez mas fuerte y repetía “¡Asesino! ¡Asesino!”. Su hermano fastidiado le dijo “Pero para de llorar, mogólica. Era una rana de mierda”. La nena repetía la misma palabra una y otra vez: “¡Asesino! ¡Asesino!”.
Al llegar a la carpa y recostarme no podía dormir. Me arrodille y como me habían enseñado en la iglesia, hice una oración y le pedí perdón a Dios y a Jesús en forma separada por haber terminado con la vida de la rana. Sentía que esa absolución nunca iba a llegar.

Creo que ese fue mi último veraneo en Ingeniero Maschwitz, pero el fantasma de esa rana me perseguiría durante años por venir. Nunca pude eliminar la culpa de mi conciencia, y el recuerdo de la rana con su carita de hija de puta siempre se encuentra al acecho, en un rincón de mi psiquis.
Si alguna vez ves una rana y la querés matar, no lo hagas.
Por mas inmunda que sea su apariencia, ella también tiene derecho a vivir.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

la rana entraba a la inmortalidad.
fantasma de la rana.
Hacer una oracion y pedir perdon a Jesus.
Raras palabras para alguien que es agnostico.
Prendele una vela. Por ahi te deja de acechar.
Mientras estas acostado debe caminar por el techo tipo mosca y cuando llega arriba de tu cama, tuerce su cuello tipo films Trainspotting, te mira y te dice: Mar...ce.

matutesf dijo...

Me gustan esos recuerdos de juventud... A pesar de que los recuerdos siempre nos acosen, somos lo que hicimos antes.

Emiliano Reisz dijo...

Marlon..te quiero!

Marcelo dijo...

Yo te quiero tambien Emi. Gracias por pasar!

Anónimo dijo...

Me gusta mucho tu blog.
En verdad esa ironía con la que plasmas las vivencias y los recuerdos, son alegría y eso no lo digo a cualquiera.

;)

Te seguiré leyendo y me agrada que no te escondas de nadie, sobre todo de tu propio YO!

Inspeculum dijo...

Ya hablamos de esto, pero como me vuelvo viejo, repito: egggselente.
Chi vediamo
A.

Marcelo dijo...

gracias albert! gracias englishlady! serán siempre bienvenidos

besos

MARCE