jueves, 18 de septiembre de 2008

Chiro (Parte 6)

Para entender esta historia necesitas leer las partes anteriores. Podés encontrarlas luego de este post, o todas juntas haciendo click aquí

La vida tiene formas curiosas de traernos de regreso al punto de partida. Después de todo, del polvo venimos y al polvo vamos.
Casualmente, el último encuentro con Chiro, tuvo algo que ver con eso.
No había vuelto a entrar a mi casa desde aquel cachetazo un par de años atrás. Cuando golpeó la puerta y salí a recibirlo, me sorprendí:
“¿Como andas, Marce?”, preguntó guiñándome un ojo.
“¡Qué sorpresa, Chiro! Tanto tiempo. Pensé que andabas ocupado haciendo bebés por ahí”
“Sos un idiota. Pero está bien, yo te hubiera dicho lo mismo. Bue... justo a vos no, obvio”
Yo no tenía ganas de jugar más “luchitas”, ya no era necesario.
Entramos a mi casa, le convide una cerveza y charlamos de boludeces. En un momento dio una palmada sobre su falda para que me siente arriba de él. Eso si que no lo habíamos hecho antes. Me senté y empezó a besar mi cuello. Estaba tratándome como una de sus putitas, comprendí.
Esto no estaba resultandome sexy. Chiro estaba dejando de resultarme sexy también. Sabía demasiadas cosas de él y había visto demasiado. Lo que me había gustado tanto aquel mediodía de 1989 en el almacén de Mario, se estaba evaporando. Él sintió mi falta de respuesta y me miró mientras me acariciaba el pelo:
“¿A vos te hubiera gustado que fuera tu novio?”
No paraba de polemizar ante cada oportunidad que veía. Me gustara o no, seguía sorprendiéndome. Con él no me tenía que esconder, a fin de cuentas era la única persona con la que tenía relaciones sexuales, mal que mal.
“No, Chiro. Para nada”
“¡Mentira! Yo se que en otro momento te hubiera gustado. ¿Te imaginás lo que hubiéramos sido? ¡Cualquier cosa!”
Prefería no imaginarlo, así que no le contesté nada. Solamente me quedé mirándolo.
“¿Te acordás cuando fuimos a ver al Banana Pueyrredon? Re que era nuestra primer cita esa”
No pude evitar reírme. Su tono de voz y la cara que puso fueron muy graciosos. Él también se rió. Se rió como antes, por primera vez en mucho tiempo. Nos quedamos mirándonos. Pero creo que no pensábamos el uno en el otro, sino en nosotros mismos. ¿Qué había pasado desde ese entonces hasta acá?
“Si esa fue nuestra primer cita, el día que dijiste vos sabes que me re gustas, te me estabas declarando”
Se quedó un momento mirándome sin hablar.
“¿Yo te dije eso?”
“Si.”
“¿Puedo poner la radio?”
Agarre mi disc man Sony y lo conecté al equipo.
“Si. Ahí está”
Me puso FM Hit. Ese era el primer año de transmisión de esa radio, si mal no recuerdo, y Daisy May Queen conducía los “40 Principales”. Estaban pasando “Don't Cry” de Guns'n'Roses. A Chiro le gustaba toda la música que se escuchara en el momento, o sea, toda la música de FM Hit. No tenía mucha creatividad en ese campo. Como ahora había que ser fan de los Guns, Chiro era fan de los Guns. Sus fanatismos duraban el tiempo que las radios pasaban los temas de sus ídolos del momento.
“Uh boludo, me copa este grupo. Cuando vengan los voy a ir a ver.”, dijo mientras canturreaba mal la fonética de la canción.
“No digas huevadas. Cuando vengan ya no te van a gustar mas”
“¡Cualquiera!. ¿Por qué?”
“Por que los vas a haber escuchado mucho y te vas a haber cansado”
Sonrió con su cancherismo característico, se sentó al lado mío y me besó. Yo me dejé...
Hacía un tiempo que no me besaba alguien, que lindo que era. Bah, alguien. Él, en realidad. No tenía a nadie más que lo hiciera.
Después de besarme, bajo la mirada hasta su bulto. Yo hice lo mismo. Los dos comprobamos el efecto físico que nuestro beso había tenido.
“No se si es tan así. A vos te besé muchas más veces y me seguís gustando ”.
Nos volvimos a besar. Era verdad. No me había dejado de erotizar a mi tampoco.
Te podría contar que pasó después, pero no tengo ganas. Además, a esta altura ya te lo debés imaginar. Lo que si te voy a contar es que fue una excelente última vez. Hacía mucho que no intimábamos, entonces fue todo mucho mas lento. Había una especie de aire nuevo... como la primera vez.
Nos quedamos acostados enredados en las sabanas, reponiendonos de nuestro ejercicio. Chiro agarró mi disc man y se puso a buscar otra radio(“Erótica” de Madonna se ve que no le hacía gracia). Se detuvo en la Rock & Pop. Comenzaba a sonar “Tumbas de la Gloria” de Fito Paez. No se si alguien recuerda que con la explosión comercial que tuvo Fito en el año 1992 con el disco “El Amor Después Del Amor”, las radios nos empalagaron a más no poder.
“Que bárbaro Fito, boludo. Este flaco se está yendo para arriba, ¿viste?”
“Si. La verdad que le está yendo bien. Igual estaría bueno que no lo pasen cada dos segundos”
Después de decir esto, le di un beso en el cachete y me fui al baño.

Cuando volví de hacer mis cuestiones, él se había vestido y estaba tirado en la cama. La expresión de su rostro ya no era la misma de cuando llegó a mi casa. Ya tenía lo que había venido a buscar.
Mientras me vestía, Chiro me miraba y sonreía. Era una sonrisa burlona, no era una sonrisa simpática y compradora como antes.
“Che, ahora que lo pienso vos no venís a casa desde aquella vez que nos peleamos. Hace como dos años o tres. ¿Te acordás?”
No decía nada. Todo lo que le preguntaba, me lo contestaba con monosílabos. Me senté en la cama para ponerme las zapatillas y él seguía mirándome.
“Bueno ya. ¿Me vas a decir por qué me miras así?”. Le pregunté medio enojado.
“Porque sos un boludo”, me dijo sin borrar esa mueca de su cara.
“¿Como?”
“Nada. ¿Me dejas que me ría un rato de lo boludo que sos?”.
No le contesté y me terminé de vestir. Pensar que por un momento había vuelto a caerme bien.
“Me tengo que ir”
“Ok. Andate”
Nunca volvimos a hablar.

¡En cinco minutos salía el micro y no me había terminado de preparar el bolso!. El colegio organizaba un campamento a Sierra de la Ventana por el fin de semana, y aparentemente se iba a armar flor de relajo igual que el año pasado. No me iba a perder ese campamento ni en pedo. Busqué el disc man para ponerlo con mis cosas. El disc man no estaba.
Pero yo no lo moví de acá...”, pensé desconcertado mientras buscaba en otros lugares donde obviamente no iba a estar.
Súbitamente, recordé algo. Cuando Chiro estaba tirado en mi cama y no decía nada, la radio ya no estaba sonando. Estuve a punto de preguntarle porque la había apagado, pero no lo hice. Él me miraba y se reía como esperando que yo diga algo.
¿Me dejas que me ría un rato de lo boludo que sos?
Sentí mucha bronca. Pero no por haber sido robado por segunda vez, sino porque Chiro tenía razón. Era un boludo.
Corrí hasta su casa y le pregunte a Mario donde estaba Chiro. Se había ido por el fin de semana a no se donde. “¡Puta madre! Ya lo voy a agarrar cuando vuelva”, pensé mientras corría para tomar el micro.

El Lunes siguiente al mediodía, me desperté sobresaltado por a unos gritos que venían de la calle:
“¡Marce! ¡Marce, vení rápido!”, gritó mi mamá.
Llegué hasta la puerta de mi casa y escuché que una vecina lloraba mientas decía:
“¡¡La puta madre que lo parió!!”
Mi mamá estaba ahí parada, también con lágrimas en los ojos y le decía a la madre de la chica:
“Dios mío... pobre madre. Lo único que le pido a Dios es que le de un poco de paz a su alma, nada más”
No me había recuperado del quilombo que había sido ese campamento de fin de semana y no entendía que carajo estaban diciendo.
“Pero ¿que pasó?”, pregunté refregándome los ojos. La madre de mi vecina contestó con la voz quebrada:
“Chiro, el hijo de Mario. Tuvo un accidente con tres amigos anoche y se murió esta mañana. ¡Dieciséis años tenía nada más!”
Escuché la frase pero no la entendí.
“¿Como se va a morir?”, pregunté balbuceando como si me hubieran hablado en ruso.
“Si, se murió. Parece que venía con dos chicas y otro pibe, los cuatro en una moto. Un auto los chocó de atrás y él salió volando y se reventó la cabeza. Lo están velando en la casa..”
Dejé a mi vecina hablando sola y salí corriendo hacia la casa de Chiro. No había podido procesar lo que me habían dicho. Cuando llegué a la esquina paré de correr porque la imagen que tenía adelante me lo impidió...


CONCLUIRÁ...

martes, 16 de septiembre de 2008

Chiro (Parte 5)

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Ni bien comenzó el año lectivo en 1991, Chiro y yo empezamos a distanciarnos. Estábamos en años diferentes, en colegios y círculos sociales diferentes. Ahora que vivía nuevamente en Buenos Aires, empecé a tener amigos en el colegio y en el barrio. De repente, había otras cosas interesantes que hacer aparte de tener a Chiro desnudo. Si bien me gustaba estar a solas con él, cuando terminábamos y se iba, me sentía vacío. Estaba apartándome de la religión, entonces ya no sentía la culpa de antes. En cambio, sentía una gran soledad. A los dos nos había dejado de importar totalmente la vida del otro, había que aceptarlo.
Llegábamos a pasar semanas sin vernos; lo que hacía que nuestros polvos fueran cada vez más impersonales. Estábamos para prestar un servicio el uno al otro. Él, para satisfacer todas mis necesidades sexuales (yo no tenía otro compañero sexual que no fuera Chiro). Yo, para satisfacer su necesidad de intimar con un chico (creo que él tampoco estaba con otro varón que no fuera yo).

A medida que Chiro crecía, fue convirtiéndose en un irresistible latin lover. Su look “canchero”, sus lindos rasgos, y la forma rea- pero sexy a la vez- que tenía de hablar, le hacía ganar mujeres a palazos. Tenía una novia nueva cada dos semanas, aproximadamente. Por supuesto, cada novia ignoraba que aveces el día antes de besar sus senos, Chiro probablemente había besado mis glúteos.
Pero bueno, ojo que no ve...

Como no nos importaba nada más que calmar la revolución que nuestras hormonas creaban en nuestro organismo, llegamos a tener sexo en las situaciones más ridículas.
Por ejemplo, casi todos los pendejos de Ituzaingó y zonas aledañas, íbamos a bailar a un boliche que se llamaba “American Wave”. Siempre que iba, veía a Chiro de la mano de una doncella distinta. Una vez, lo vi en la barra con su novia del momento y otros amigos, conversando y riéndose. Yo lo miraba desde el otro lado de la pista. Mientras lo observaba, recordé algunos buenos polvos que habíamos vivido y tuve una erección casi automática.
Envalentonado por mi nuevo amigo: El alcohol; me acerqué y le pregunté al oído:
“¿Cuando cogemos?”
“Cuando quieras”, contestó después de darle un pico a su chica.
“Ok. ¿Mañana qué haces?”. A esto le siguió una meditada pausa, hasta que dijo:
“Anda para el baño de arriba. Ahora”
Subí hasta el baño y me metí en un cubículo. Un rato más tarde, Chiro entró y cerró la puerta tras sus espaldas. Mientras esta niña se preguntaba que estaría demorando tanto a su novio, Chiro gemía en mi oído, cubierto en transpiración. Nadie jamás sospechó nada. Sabíamos cubrir nuestras huellas y disimular todo.

En el año 1992, Chiro se había convertido en el rey de la noche y en uno de los chicos más populares de la zona. Siempre estaba rodeado de gente diferente. Todos lo querían y festejaban sus chistes. Su éxito con las mujeres, le ganó el respeto y la admiración de sus amigos varones.
Así como crecía su popularidad, crecía su soberbia. Se rebelaba constantemente contra todos los adultos, sobre todo si eran profesores de colegio, y la mayoría de las veces sin razón justificada. Del tierno niño que supo ser en un momento, no quedaba ni el más mínimo rastro. Se estaba transformando en una persona muy agresiva. Quienes lo conocían desde su etapa rebelde quizás no lo notaban.
Los que lo conocíamos de niño, si.
De a poco empecé a ver a Chiro rodearse de toda la escoria de Ituzaingó y Castelar. Todo chico que hubiera sido expulsado de algún colegio, que tuviera historial delictivo o violento y problemas con drogas (especialmente Cocaína), seguramente estaba dentro de su lista de gente frecuentada.
Una noche, lo vi salir del baño de un bar con los ojos totalmente desorbitados y la mandibula desencajada. Parecía otra persona. Una persona que daba un poco de miedo, debo admitir. Al cruzarme, me llevó por delante y no me reconoció. Le agarré el brazo y le dije:
“¡Chiro! ¿Estás bien?”
Se dio vuelta asustado. Me miró pero le costó darse cuenta de quien era.
“¡Eh! ¡Marce! No te vi, disculpá. Está medio oscuro acá, viste. Paso por tu casa mañana, ¿te parece? Hace mil que no nos vemos...”
Mientras hablaba siguió caminando, salió del bar y se metió en un auto. No necesito decir que al otro día no apareció por mi casa. Dudo que recordara que me vio o que hablamos.

Los hombres heterosexuales en su adolescencia, muchas veces piensan que denigrar a una mujer los hace quedar ante los otros hombres como “flor de machos” (muchas veces, después de la adolescencia siguen siendo así). Chiro, supuestamente, era el macho de machos, entonces cuando hablaba de las mujeres que pasaban por su cuerpo, le daba rienda suelta a su lengua y solía mejorar las historias según su conveniencia.
En presencia de una mujer, sin embargo, era un perfecto caballero.
Me acuerdo que una vez estábamos esperando juntos el colectivo. En una pared había una leyenda escrita con aerosol que decía: Chiro, nunca te voy a dejar. Te amo. Me dijo que eso lo había escrito Carla, una chica que yo conocía porque iba a mi colegio, al turno mañana. Carla era un año mayor que él y habían salido durante unos meses:
“¿Ves ese graffitti?Me da risa que diga Chiro, nunca te voy a dejar. En realidad quiso poner Chiro, nunca te voy a dejar que NO me cojas. Esa puta lo único que quiere es tener una poronga entre las gambas. Me entregó el orto la segunda vez que cogimos. ¡Como le gusta la pija!”.
Resultó ser que Carla, la puta en cuestión, quedó embarazada de Chiro (o por lo menos, eso alegaba ella). No se exactamente como se sucedieron los eventos, pero la joven se hizo un aborto. Chiro no tuvo mejor idea que comentárselo a un amigo suyo, muy poco discreto, que no soportó tener toda esa carga de información sin divulgarla. Pronto el rumor estaba en boca de todos y Carla quedó públicamente humillada.
Un mediodía, en la esquina del colegio, presencié una escena digna de un programa de Lia Salgado. Carla estaba gritándole a Chiro con todas sus fuerzas y cacheteandolo mientras unas amigas suyas trataban de detenerla. Lo tenía arrinconado contra una pared y le daba puñetazos y patadas mientras él se cubría la cara con los brazos. Se escuchaba que gritaba:
“¡La puta que te parió! ¡¿Por qué me tenías que arruinar así?! ¡Hijo de puta! ¡Te voy a matar! ¡¿Me escuchaste, pedazo de mierda?!”
Sus amigas desesperadas trataban de frenarla, pero ella se había comido la espinaca de Popeye y no había quien la detuviera. Un segundo después, dos preceptores del colegio estaban separandolos y se llevaban a Carla ahogada en llanto, mientras Chiro corría lo mas rápido que le daban sus piernas.
Parece que Chiro le había contado a su amigo lo del embarazo y lo del aborto. También le había dicho que no había forma de saber si él la había embarazado porque la muy trola cogía sin forro y con varios a la vez. Los pibes en el colegio comentaban:
“Qué bajón boludo que una mina te quiera engrampar con el hijo de otro. Las minas son tan putas”.
También escuche:
“¡Obvio que no era de Chiro! La mina es una tremenda puta. ¡Cogieron la primera vez que salieron!”
La verdad no la sabía nadie, pero todos preferían creerle al macho antes que a la puta que gritaba. Yo conocía bastante poco a Carla, pero sabía lo suficiente de Chiro como para intuir que cosas era capaz de hacer.

Chiro nos había dado, a quienes lo conocíamos, varias sorpresas estos últimos años, pero faltaba la más grande de todas.

La que nos daría unos días después...


CONTINUARÁ...

viernes, 12 de septiembre de 2008

Chiro (Parte 4)

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Esa fue mi última noche de virginidad.
Bueno... por lo menos lo era para la zona de mi cuerpo que rellenaba el calzoncillo. El resto de mí, hacía un tiempo ya que había dejado de serlo. Por esta única vez, no voy a entrar en detalles, solamente quiero señalar que finalmente entendimos donde tenían que ir las cosas y como lograr que se produzcan. Es verdad que uno no necesita maestro para esto. Se aprende solo.
Debo decir que la experiencia fue similar a la que tuvo Jim Carrey en Truman Show cuando abre la puerta del cielo falso, y sale al mundo real. Desde lo que nosotros llamábamos “tener sexo”, hasta ese entonces, a lo que hicimos en el terreno de la vuelta, calculo que habría por lo menos seis o siete planteas de distancia.

Durante el resto de las vacaciones nos convertimos en dos maniáticos sexuales insaciables. Era casi lo único que nos importaba. Cualquier excusa era buena para pasar por la casa del otro y sacarse la calentura: pasear al perro, ir a hacer los mandados, sacar la basura, etc. Si Chiro venía de ver a “su novia”, quien no dejaba que él le haga ni si quiera un octavo de lo que yo le hacía, nuestro sexo era multipolvico. Las veces que yo le preguntaba sobre su chica y la relación que tenían, el siempre encontraba la forma de evadirse y la mayoría de las veces terminaba usando su frase de cabecera: “Marce, coger es de machos”.

Durante esas vacaciones nunca tuvimos sexo en mi casa. Yo estaba siempre temeroso de que mi mamá nos volviera a pescar in fraganti, entonces trataba de que nuestros encuentros sucedieran en otros lugares. De vez en cuando se ponía pesado y me pedía que entráramos porque le gustaba mucho usar la cama. Yo me negaba rotundamente, y finalmente se iba, pero ya no pateaba piedritas ni se ponía a llorar. Había comprendido que de esa forma se alejaba aún más de su objetivo, y ademas estaba un poquito más grande.
Un día volvíamos de la inauguración de una pizzería cerca de la estación, que por ser su día de apertura te regalaban porciones de pizza gratis. Cuando llegamos a la puerta de mi casa me pregunta:
“¿Está tu vieja?”
“Boludo, ¿no te cansas de preguntarme siempre lo mismo? Ya sabés como son las cosas”
“Entramos un momento nada mas. Un ratito. Te prometo que esta vez es un ratito solo, y cuando vos digas, cortamos”
Me estaba entregando el poder en bandeja.
“¿Y cuando tengamos que cortar no vas a empezar a ponerte loco como siempre?”
Esbozó una sonrisa y metió una mano por adentro de mi remera:
“Ahora me estoy poniendo loquito...”
Me olvidaba que esa era la razón por la que aveces no le abría la puerta. Su poder de persuasión verbal no tenía tanto éxito por si solo, pero cuando me tocaba, todo se iba a la mierda.
“¡Pará! Nos van a ver. Dale, entremos”.
Ese fue nuestro último encuentro sexual esas vacaciones de invierno. Nos despedimos por lo menos tres veces esa tarde. Cuando terminó todo nuestro desenfreno estábamos realmente cansados. Yo sabía que mi vieja no iba a volver hasta la noche porque estaba trabajando, así que no tenía apuro por echarlo. Mientras acomodaba mi pieza y me vestía, él me miraba desde la cama, acariciándose la panza. Cuando me miraba con esa sonrisa de costado, sin decir nada, me ponía nervioso. Sabía que su cabeza estaba trabajando. Sabía estaba pensando cosas y sacando conclusiones, pero nunca decía nada. Siempre se guardaba todo.
“¿Por qué coges conmigo, Marce?”, preguntó finalmente.
La pregunta me agarró desprevenido. Nunca hablábamos de porque hacíamos lo que hacíamos, solamente lo hacíamos.
“No se...”, era obvio que la pregunta me había puesto nervioso, y el lo notó. “Por lo mismo que vos coges conmigo”.
Volvió a sonreír y se puso a inspeccionar el techo, mientras pensaba en que otra cosa para incomodarme podía preguntar.
“A vos no te van las minas ni un poco.” Y esa no fue una pregunta.
“¿Qué?”
“Eso. A vos te gustan solamente los pibes. Eso de que te gustan las minas es mentira.”
“¿Y a vos entonces? Recién nos echamos tres polvos.”
“Pero es re distinto, vieja. A mi me van las minas, pero es difícil cogértelas. Dan muchas vueltas. Les tenés que hacer la cabeza, llevarlas a pasear. Yo la quiero poner. Con esta mina hace como dos meses que nos estamos viendo y todavía ni le pude tocar las tetas”, en ese momento se paró y empezó a dar vuelta su ropa para vestirse. “Con vos la paso muy bien. Ademas, cada vez que estoy caliente te vengo a buscar y vos siempre querés. Si tuvieras concha serías la novia ideal”

Le hubiera reventado el cráneo con un palo de amasar.

Lo odiaba. Lo odiaba porque el podía estar con una mina y tener una erección. Lo odiaba porque había logrado que me pusiera nervioso. Lo odiaba porque no podía ser mas rápido que él. Lo odiaba porque él había descubierto mi debilidad, y ya no había vuelta atrás. Lo odiaba porque mientras lo odiaba, le hubiera sacado la ropa y me hubiera echado un cuarto polvo.
“Vos no sabes lo que hago por ahí. No estás todo el tiempo para verme con minas”.
No se como no me dio miedo que las paredes se caigan de la vergüenza. ¡Por Dios! ¿De dónde sacaste que ibas a poder mentir tan mal y salir triunfante de la situación! Obviamente, Chiro se cagó de risa como si le hubiera contado algún chiste racista.
“¡Marce, dale! Si sos solamente puto, no pasa nada. ¡Viejita!”
Ese viejita me estaba cansando, y en este momento particularmente, estaba de muy mal humor.
“No me digas viejita, ¿estamos?”.
“Qué chabón mas raro que sos, ¿sabías?”
No quería darle el gusto de ver mi cara de orto entonces terminé de vestirme y me puse la campera para salir. Abrí el cajón de mi mesa de luz, saqué unos guantes y... ¿y la plata? La plata no estaba. Cuando llegamos estaba porque me había dejado el cajón abierto y se asomaba el fajito por debajo de los guantes... pero ahora no estaba.
“Chiro... acá había guita hasta hace un rato”. Me miró sin decir nada, como esperando a que yo dijera algo más.
“¿Y a mi qué me decís? ¿Yo qué tengo que ver?”, se hacía el sorprendido como si no entendiera.
“Y si boludo, tenés mucho que ver, porque si veo una cosa acá y al ratito cuando vuelvo a mirar, no está y somos solo dos personas... ”
“Mirá si te voy a sacar la guita, Marce. ¿Como estás de atacado boludo hoy eh? ¿Tanto te jodió que te diga que sos puto, vieja?”
Ese vieja fue la gota que rebalsó el vaso. Le di un empujón que le hizo darse la espalda fuerte contra la pared. El golpe resonó en toda la habitación.
“¡Chorro de mierda, devolveme la guita!¿Sentiste? Y si soy puto, ¿cual es? Que yo sepa acá estuvimos cogiendo los dos, no yo solo. Y antes que yo vea una verga por primera vez vos ya te lo estabas comiendo a Martincito. Así que ¿por qué no cerrás bien el orto?”
“Me tocas una vez mas y te re cago a golpes”, dijo mirándome amenazador.
“Era verdad que había que tener cuidado con vos. Sos un chorrito de mierda. Igual que tu hermano”
¡Plaf! El cachetazo resonó en la habitación varias veces más fuerte que el golpe que yo le había dado a Chiro. Creo que la razón por la que mi cabeza no giró sobre su eje como la de la chica de El Exorcista, es porque la tengo pegada al cuerpo con más firmeza que el resto de la gente. Perdí el balance y me caí sobre la mesita de luz.
(Ante los sucesos relatados me veo en la obligación de aclarar que uno de los hermanos de Chiro se encontraba preso por robo hacía casi dos años.)
“Nunca se te ocurra volver a decir nada de mi hermano porque te reviento. A vos y a tu vieja. Vos no sabes nada, ¿ok? Sos un putito de mierda que ahora te haces el malo pero después vas a venir llorando a pedirme que te de masa. ¡Gil!”
Dio un portazo y salió de mi casa. El cachetazo ese había sido tan inesperado que me quedé tirado arriba de la mesita de luz durante un rato, tratando de entender que había pasado.
Al otro día me volví a Entre Ríos. No volví a ver a Chiro hasta el año siguiente. Los dos habíamos pasado el verano en lugares distintos. A fines de Febrero, cuando la familia había regresado de sus vacaciones, empecé a comprar en el almacén su padre nuevamente. Siempre nos veíamos y nos saludábamos cortesmente, pero nunca hablábamos. Aparentemente, seguíamos profundamente ofendidos y disgustados el uno con el otro. Sin embargo, nuestros ojos se encontraban en algún momento y podría jurar que por un instante los dos teníamos la misma idea: “Si no fuera que no te banco... ¡como te daría!”.
Un mediodía, yo estaba comprando en el almacen, había varias personas que estaban esperando ser atendidas. En eso veo que se asoma Chiro por la puerta trasera, en cuero, bermudas y bincha (Si. Fue un momento polémico en los noventa para los varones, en el que se dejaban el pelo largo hasta la nunca y se ponían una bincha de plástico). Me hizo señas, yo le pedí permiso a Mario y lo seguí. Cuando salimos por la puerta trasera, Chiro me dijo que lo siguiera hasta la terraza:
“¿Como andas?”, me preguntó una vez en la terraza.
“Bien por suerte”. Le hubiera sacado la bermuda antes que hablara. El verano había sido largo...
“No te quise pegar la otra vez”, mintió Chiro
“No te quise decir chorro”, mentí yo
“¿Amigos?”, preguntó el pendejo mientras me mostraba su sonrisa compradora. Al decir esto, me ofreció su mano.
“Amigos”, contesté yo y se la estreché.
Ni bien nos dimos la mano y sacamos del medio el problema que se interponía, nos dimos el beso más hambriento de nuestra vida. Un beso que dejaba perfectamente en claro para los dos, que los meses de abstinencia sexual y masturbación habían sido larguísimos.
Tratamos de recuperar todo el tiempo perdido con un polvo hiper liberador, sobre una lona verde que había en la terraza. Tuve que taparle la bocha porque el orgasmo le hizo elevar mucho la voz, y abajo estaba Mario atendiendo a sus clientes.
Recostado sobre la lona, con mis piernas enroscadas a la cintura de Chiro, pude apreciar que el chico estaba creciendo. Sus rasgos se estaban volviendo mas duros y varoniles. Sus lampiñas piernas, ahora tenían vello. Su torso infantil se había puesto mas sólido. Lástima la bicha de plástico...
Me miró a los ojos y susurró “No sabes como necesitaba esto”. A lo que yo respondí: “Y yo ni te cuento”. Los dos nos reímos un momento. Chiro estiró una mano hasta su bermuda y sacó del bolsillo una especie de papel glacé doblado en cuatro. Aún con una sola mano lo abrió y en su interior pude ver que había un polvo blanco. Ahora bien, yo en esos tiempos no sabía mucho de nada, pero cuando pasó su dedo por el polvo blanco y lo aspiró, sabía que esto era algo no apto para todo público, o por lo menos, no para un pibe de 14. Después de aspirar el polvo blanco se recostó sobre mi. Yo estaba bastante shockeado, como te imaginarás
“Y eso qué fue?”, pregunte tímidamente.
“Cosas que uno hace”, dijo sin darme mucha bola. “¿Vos crees que vamos a seguir haciendo esto hasta que seamos grandes?”
“No se... no se...”, dije todavía sin recuperarme de ver a Chiro tomar pala.
La realidad es que no íbamos a seguir haciendo eso hasta que fuéramos grandes. Por lo menos, no juntos. Resultó ser, que ese polvo blanco que Chiro llevó hasta su nariz, era solamente un eslabón en una cadena de cosas de él que no conocía...

CONTINUARÁ

martes, 9 de septiembre de 2008

Chiro (Parte 3)

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¿Quién era este extraño qué estaba parado en la puerta trasera del almacén?
A ver... era claro que se trataba del mismo Chiro que apaciguaría su fuego pasional conmigo sobre los pastizales del terreno baldío a la vuelta de mi casa, pero se había hecho un Extreme Make-Over y había pegado un pequeño estirón.
Su cambio de apariencia hoy por hoy daría un poco de risa, pero en ese momento Chiro se había convertido en un prototipo del adolescente de los noventa. Tenía el corte de pelo que usaban Pablo Ruíz, Ricardo Montaner y Miguel Mateos en esa época (si no te acordás como era, Google tal vez te ayude), una remera blanca que le quedaba un poco holgada y una campera de cuero negra con tachas y muchos cierres. Sus shorts habían sido reemplazados por unos jeans gastados con una rodilla rota y desflecada. Para coronar el atuendo, el muchacho lucía unos borceguíes negros; también gastados, por cierto. Había que ponerle onda, viste.
“¿Como anda, vieja?”
¿Vieja? ¿Me dijo vieja? Era la primera vez que escuchaba eso.
“Bien. Todo bien. Llegué hoy a la mañana. Qué... distinto”.
“Ah, sí. ¿Viste?”. Se me estaba haciendo el canchero y su performance apestaba. ¿Podrá ser que tenía la voz más grave también? Hasta donde recuerdo estuve ausente solo cinco meses...
El pendejo insolente caminaba hacia mí como Dylan McKay (Beverly Hills 90210), arrastrando sus borceguíes en el proceso. Cuando llegó hasta donde estaba yo, estiré mi brazo para darle la mano. Él, sin embargo, ignoró mi mano y me dio un beso en la mejilla. Yo, sorprendido, me alejé y miré a Mario que nos observaba sonriente. Mario no parecía haberse inmutado de ver a su hijo besar públicamente a otro varón. Acá pasaron cosas extrañas durante mi ausencia.
“Che, escuchame una cosa. Tengo que ir hasta la estación a comprar un repuesto del auto para mi hermano. ¿Venís?”. Cuando terminó de decir esto me hizo una de las sonrisitas que a mi me gustaban. Las típicas sonrisas Chirescas. Obvio que acepté.
“Si, dale. Vamos”.

La actitud del Chiro que me recibió en el almacén me desconcertaba y no podía hablarle como siempre. Ninguno de los dos parecía tener nada para decir, así que caminamos casi en silencio durante un par de cuadras. Finalmente decidí romper el hielo y le pregunté sobre el colegio. Él me preguntó sobre Entre Ríos y lo que estaba haciendo ahí este año. Cosas que a ninguno de los dos nos importaban, básicamente.
Después de comprar el repuesto para su hermano, emprendimos la caminata de regreso. Mientras caminábamos me contó un par de chismes barriales. Me contó también que iba a bailar a un boliche que se llamaba “Chocolate” que quedaba por no se donde. Yo nunca había pisado un boliche. Me contó que se había agarrado un par de “mamuas” con sus compañeros de colegio. Yo nunca había tomado una gota de alcohol, ni pensaba hacerlo porque era pecado. Me dijo que ahora estaba escuchando un grupo que le copaba que se llamaba “Ireishon”. Nunca había escuchado hablar de ese grupo porque en esa época no escuchaba casi nada que no fuera música religiosa (Además, el verdadero nombre del grupo era “Erasure”).
En resumen, nuestras vidas habían comenzado a tomar desvíos opuestos. Si antes teníamos poco en común, ahora prácticamente nada.
Excepto esa atracción mutua que no podíamos controlar.
Ese deseo ingobernable que tantas vec...
“Che, yo acá te dejo porque voy a pasar un toque por la casa de la mina con la que estoy saliendo. ¿Te jode, vieja?”.

¿Perdón? ¿Dijo la mina con la que estoy saliendo? No puede ser. No dijo eso. ¿O lo dijo?

Fue como un cachetazo con un guante de clavos. Él aveces hablaba de chicas y decía que le gustaban, pero yo decía esas boludeces también. Pensaba que en definitiva, estábamos en el mismo bote. Es decir, eramos heterosexuales pero todavía no habíamos superado unas cuestiones del crecimiento y de la definición de no se que (Había escuchado que los jóvenes podían atravesar etapas de indefinición sexual, entonces albergaba la esperanza de que mi enfermedad tuviera una cura eventual).
“Ah...” ¿Y ahora que carajo digo? “Vos... ¿estás de novio?”
“No. Bah, mas o menos. Estoy rompiendo un poco las bolas con una pendeja de segundo”.
“Mira vos, che... ¡Qué bueno!”. Ese entusiasmo no me lo creía ni Cristo.
“Si. Está buena la mina. Me la quiero coger pero está complicado. No quiere saber ni mierda”.
Ahí está, lo tenía que decir y refregarmelo por la cara. ¡Se la quiere coger! Eso era algo que hacía solo conmigo. Bueno, y antes que conmigo, con el otro vecinito. Además, tiene trece años. ¡Los chicos no se cogen minas a esa edad a no ser que sean del campo! ¡Quiero romper todo!
“Claro... si... me imagino”. ¿Qué mierda podía comentar al respecto, si cuando hablaban de mujeres yo podía opinar tanto como si hablaran de lobos marinos?
“Bueno, vieja. Te dejo. Si querés, más a la noche, pasate por casa. Vienen El Mugre y Leandrito”.
“Si. Después paso”. Y me volvió a besar en público. Yo miré hacia los costados para cerciorarme que no hubieran testigos. Me iba a llevar un tiempo acostumbrarme a esta nueva moda.

Era obvio que no pensaba ir a su casa. El Mugre y Leandrito me chupaban bien un huevo, yo lo que quería era estar con él. Lo vi alejarse canchereando con sus borceguíes gastados hacia la casa de “su novia”. Estuve a punto de seguir el camino a casa, pero en vez de eso, cruce y me senté en un banco de la plaza a dejar que el sol me haga las caricias que Chiro no me iba a hacer.
Me sentía desilusionado y ridiculizado. ¡Qué suerte que no dije nada al respecto de nuestros encuentros! ¡Qué suerte que no le pregunté si se le había pasado el enojo! ¡Qué suerte que nunca mencioné las ganas que tenía de tocarlo! ¡Qué bronca que tenía!
En algún lado de mi cabeza tenía esta tonta idea de que el tiempo se iba a detener en el momento que yo me subiera al micro en Retiro, y que Chiro iba a quedarse contando los días que faltaban para mi regreso. Me equivocaba. El tiempo no espera a nadie.
Aparentemente, mi primer amante había logrado definirse y yo seguía siendo el enfermito del barrio. La intimidad que tenía con Chiro, no solo me daba momentos de placer; también me hacía sentir acompañado en un lugar en el que siempre estaba solo.

Un par de días después, estaba en mi casa viendo que entretenimiento de vacaciones de invierno podía encontrar, cuando siento que golpean la puerta. Me asomo por la ventana, y veo a Chiro, muerto de frío con un gorrito y una bufanda tapándole la cara. No esperaba la visita:
“¡Ey! ¿Qué haces?”
“Todo jamón ¿Como anda, vieja?” Cada vez que me decía vieja algo me hacía cortocircuito.
“Bien. No tan cagado de frío como vos. “
“Si, está jodido. Che, ¿qué estabas haciendo?”
“Nada. Estaba medio aburrido. Viendo que se podía hacer hoy. ¿Querés pasar?”
“No. En realidad te iba a preguntar si no me dabas una mano con una cosa”
“¿Qué cosa?”
“Ando medio mal en Inglés viste, no entiendo un joraca. Por ahí vos me podías tirar una soga”
¿Quería que le ayude con cosas del colegio en vacaciones de invierno? Esto era medio sospechoso. Pero bueno, él ahora estaba en otra así que mejor que no me hiciera ilusiones que no se iban a cumplir. Ayudar a alguien a estudiar inglés en vacaciones de invierno no es mi idea de diversión, pero no tenía otra cosa que hacer.
“Bueno. Un rato nomas. Estamos de vacaciones, no se si te enteraste...”
“Si, dale. Un toque nomas. ¡Que grande, viejita!”
Decime vieja una vez mas, dale...
Una vez que estábamos en su pieza, traté de explicarle lo que no entendía (que era todo), pero no había forma. Este chico no tenía facilidad para los idiomas y mucho menos voluntad. Mientras yo buscaba formas de explicarle la diferencia entre los verbos regulares y los irregulares, el canturreaba la canción de “Ireishon” que sonaba en el radiograbador. Yo lo miré ofuscado. Él se empezó a cagar de risa mientras seguía cantando. Dejé la birome sobre el cuaderno y le pregunté:
“¿La cortamos con Inglés por hoy?”
“Si, man. Ya estoy cansado”
“Bueno. Voy yendo para casa entonces”, dije mientras me levantaba del piso.
“Esperá...”. Me agarró el brazo con una mano y con la otra subió el volumen del grabador. Se puso de pié el también y me miró con la picardía que lo caracterizaba. Se acercó hasta mi oído y me dijo:
“Primero el deber... después el placer.”
Dicho esto, tomó mi cara entre sus manos y me besó. Esta vez el beso fue diferente. Fue un beso suave al principio, pero iba acrecentando su intensidad a medida que los segundos pasaban. Fue un beso que hablaba de tiempo transcurrido y experiencia adquirida. Fue un beso que hizo que mi ritmo cardíaco se acelere y que mi masculinidad se ponga rígida instantáneamente. El resto de mi cuerpo se quedó inmóvil recibiendo a Chiro, dándole la bienvenida. La campera que tenía en la mano cayó al piso.
En ese momento, soltó mi cara, detuvo su beso y me preguntó:
“¿Todavía te querés ir?”
“¡No!”
“¿Vamos acá a la vuelta un ratito?”
“Si... pero pensé que...”
“¿Qué?”
Me tenía atrapado exactamente en donde él quería. Y tenía solo trece años. Trece. El demonio que llevaba adentro, como llegaría a comprobar en poco tiempo, estaba recién saliendo del cascarón...

CONTINUARÁ


domingo, 7 de septiembre de 2008

Chiro (Parte 2)

Para entender esta historia, tenés que leer la primer parte. La podés encontrar después de este post, o haciendo click aquí


¡Uy! ¡La puta que lo re parió! Era mi vieja. ¡La concha de la lora! ¡Iba a venir tarde, dijo! Pronto, la ropa. Chiro seguía acostado como si no pasara nada.
“¿Qué hacés ahí? ¡Levantate pelotudo! ¡Apurate!”. Estaba en un ataque de desesperación de los que me vuelven inoperante y lo único que hacía era dar vueltas sin resolver nada. Chiro se levantó, se puso el calzón y el short y se metió abajo de la cama.
“Marce, ¿con quién estás?”, preguntó mi vieja desde la cocina.
“¡Nada ma! Estamos acá viendo unas cosas en la tele”, después de vociferar esta mentira me agaché y le susurré a Chiro “¡Salí de ahí! ¡Se va a dar cuenta!”. Alguien que esconde cosas y todavía no domina bien el arte de mentir, siempre entra en esa paranoia. Mientras Chiro salía de abajo de la cama, mi mamá entró a la pieza. Se quedó en la entrada con una cara de acá-está-pasando-algo-turbio que me dio miedo. Tenía el corazón que se me salía por la boca:
“¿Qué estaban haciendo acá?”, dijo con una ceja levantada. Si mi vieja levantaba la ceja estaba todo para el orto.
“Nada, Doña. Estábamos viendo un cacho la tele”. Mi vieja dirigió su mirada al televisor... que estaba apagado y dijo “Marcelo me tiene que ayudar con las cosas de la casa, Chiro. Anda yendo”. Chiro agarró una gorrita que había traído y antes de salir preguntó: “¿Venís después, Marce?”. Asentí y me fui para la cocina sin decir nada. Mi mamá no dijo nada al respecto en toda la tarde. Negativa maternal, le llamo yo.

Nuestros encuentros sin ropa eran cada vez mas frecuentes. Las luchitas en torso dejaron de funcionar como excusas para bajarnos los pantalones, ya sabíamos lo que queríamos. Y mientras más nos encamábamos, mas descubríamos. No hablábamos del tema, simplemente después de acabar por ahí nos preguntábamos “¿Te gustó?”. Eso era todo.
Toda mi culpa, remordimiento y vergüenza después de mis orgasmos, fue creciendo a medida que seguíamos repitiendo lo que se nos estaba transformando en vicio: Yo tenía claro que lo que estaba haciendo ofendía a Dios. Estaba pecando y la paga del pecado es la muerte.

Un día, cerca del final de las vacaciones, Chiro me vino a buscar para ir al baldío de la otra cuadra, donde aveces nos metíamos para hacer “nuestras cosas”. Yo le dije que no quería que siguiéramos haciendo eso, que estaba mal y que si seguíamos así nos íbamos a convertir en putos. ¡Que inocencia, mi ángel!
“Pero no te entiendo que pasa. ¡Dale! !Un rato nomas!”
“No, Chiro. Ya te dije que no se puede. Sino después vamos a terminar siendo putos”.
“Nada que ver. Mirá si yo voy a ser puto con lo que me gustan las minas. Además, coger es de machos”, fue lo único que se le ocurrió para "seducirme”.
“Bueno, no. Ya te dije. No me sigas hinchando porque no podemos”.
Chiro se fue de la puerta de mi casa haciendo pucheros y pateando piedritas que encontraba por el camino. No le gustaba que le digan que no. Las siguientes veces que fui al almacén de su casa, él siempre se quedaba del otro lado del mostrador y ya no me saludaba. Con esta actitud él esperaba que yo viniera a suplicarle que siguiéramos pecando, y yo tenía demasiada culpa como para que eso sucediera, si bien me moría de ganas. De esta manera, los días pasaron y no volvimos a tener ningún tipo de contacto.

Finalmente, las vacaciones concluían y yo me volvía a Entre Ríos. No sabía aún cuando iba a regresar. Mientras armaba mi bolso y mi mamá estaba de compras en la feria, Chiro tocó a la puerta:
“Hola. ¿En qué andas?", le pregunte haciéndome el casual.
“Nada. Terminamos de comer hace un rato. ¿Vos que hacías?”
“Me estaba preparando el bolso”
“Estoy aburrido. ¿Querés que te ayude?”.
Ah... ¿qué te puedo decir? Esos ojitos dormilones, es boca grande y esos cachetes, simplemente me tentaban demasiado. Era como ver un plato de comida caliente después de varios días de ayuno. ¿Como es posible que pudiera transmitirme tanta sensualidad? Nos miramos un momento después de su última palabra y no se necesito decir más nada.

Perdóname, Padre... fui débil.

Abrí la puerta y Chiro se abalanzó sobre mi. Tomó mi cara entre sus manos y me besó apasionadamente. Me dio una gran sorpresa que no esperaba. Se muy bien que jamás nos habíamos besado durante nuestra intimidad. Había hecho un par de intentos pero él siempre me corría la cara. Creo que en su cabeza, él no era puto si no le daba un beso a otro chico, pero sus deseos no consumados de los días pasados lo habían dejado con ganas de llevarse todo por delante. Nos arrancamos la ropa el uno al otro y cuando ya estábamos en pelotas, nos devoramos. No sabíamos que hacer primero, fue erótico pero desorganizado.

Ya habíamos incursionado en el sexo oral hacía un par de semanas. Él parecía disfrutarlo mas que yo. A mi me parecía un poco monótono y cansador. Además, si no se atrevía a besar un varón, menos se iba a atrever a chupar una pija, por lo cual, la atención nunca era recíproca... no se si me entendés.
Esta vez hizo algo que me sorprendió y marcó mi sexualidad para siempre. Se arrodilló en frente mío, como para devolverme uno de los tantos favores que me debía, pero en vez de hacer lo que yo pensaba, me hizo girar. Yo muy sorprendido no entendía que me estaba queriendo decir. En ese momento, hundió su cara entre mis nalgas e hizo las cosas mas raras del mundo. ¿Como podría explicar? Me quitó la respiración. Me interrumpió el pensamiento, podría jurar que por unos instantes mi cabeza estuvo totalmente en blanco. Nunca me hubiese imaginado que una sensación como la que estaba teniendo pudiera ser posible. Después se incorporó y me hizo dar una vuelta sobre mi eje y empezó a besarme otra vez como loco:
“¿Cuando volvés?”, me preguntó entre jadeos
“No se bien. Puede ser que en Semana Santa”, le dije, medio grogui.
“Es un montón de tiempo. Vamos a la pieza”.
Fuimos a la pieza, nos tiramos en la cama y seguimos rozando nuestros cuerpos. En un momento me dice cerca del oído:
“¿A vos te gusta cuando te cojo?”
“No se. Me parece que es medio aburrido. ¿A vos te gusta?”, yo sabía que estábamos haciéndolo mal.
“Me dijeron una cosa. Hay que meterla, pero en serio”
“Si, creo que si. Pero no va a entrar me parece”
“¿Probamos?”
“Bueno, dale”
Intentamos hacerlo varias veces, pero no había forma. No podíamos entender como era que funcionaba la cuestión. En ese momento no sabíamos muchas cosas que nos enteramos un tiempo más tarde. Pensábamos que era solamente darse vuelta y ¡plín! No teníamos idea de que la gente se corre el prepucio, se lubrica y se hacen otros trabajos previos. Tampoco teníamos idea que existía la fricción; para nosotros lo único que teníamos que hacer era meterla y quedarnos así inmóviles de la misma forma que lo veníamos haciendo hasta ahora. Mi mamá estaba por volver de la feria en cualquier momento y no tenía ganas de revivir la situación de la primera vez.
“Chiro, te tenés que ir. Mi vieja va a volver en seguida”
“¡No! ¡Pará! Haceme un poco la paja”, parecía que le estaban sacando el único mendrugo de pan que tenía para alimentarse el resto del mes.
“No empecemos con esto boludo, dale. Paremos acá. La seguimos cuando vuelva”
“Uh, pará pendejo, ¿siempre todo cuando querés vos? Además falta un montón de tiempo para que vuelvas y yo la tengo parada. Vamos al terrenito de acá a la vuelta aunque sea”.
“Chiro, me tengo que hacer el bolso. ¡Me voy dentro de un rato!”
“¿Sabés que? ¡Andate a la mierda también, forro! Después si venís a mi casa te voy a largar al perro. ¡Puto! ”. La indignación lo superaba. Se sentó sobre el borde de la cama mirando hacia un horizonte imaginario. Ponía cara de boxeador esperando a su contrincante.
“Pará che, no digas así. ¿Porque te enojas tanto?", le dije mientras lo agarraba de la cintura.
En ese momento hizo algo que no pude identificar si me enterneció o si me dieron ganas de ponerle un bife. Se puso a llorar. No era un llanto desconsolado, era un llanto contenido y enfurecido. Creo que la razón por la que no me enterneció completamente era porque sabía de donde estaba saliendo ese llanto. Chiro no podía soportar que alguien le diga que no podía tomar lo que él quería. Desde su nacimiento había sido el pequeño malcriado y consentido por todo el mundo, empezando por su familia. Chiro estaba acostumbrado a demandar y obtener, y sobre todo, a siempre tener las cosas bajo su control. El hecho de no poder tener la sarten por el mango, le generaba una impotencia que no sabía como manejar. Yo soy una persona bastante pelotuda, y no es muy complicado obtener algo de mi, pero nunca me banqué la prepotencia. Frente a la exigencia, mi reacción natural siempre fue revelarme, incluso desde mi mas tierna edad. Cada uno es como es...
“Yo después voy a volver y voy a ir para tu casa. Mi vieja va a venir ahora y la otra vez me pegué un re cagaso. No te enojes boludo, dale. ¿No querés que vaya para tu casa cuando vuelva?”
Chiro se tragó los mocos y se limpió torpemente las lágrimas con la mano. Se paró y se vistió sin decir nada. Cunado llego a la puerta dijo:
“Vos sabes que me re gustas. Sos un forro”.
Dicho esto, abrió la puerta y se fue. Yo me quedé mirándolo desde la ventana. Cuando llegó a la puerta de calle, uno de los gatos de mi vieja se cruzó en su camino y le dio una patada que lo hizo volar hasta el paredón del patio.

"Vos sabés que me re gustas"
. Esas palabras quedaron resonando en mi cabeza hasta el día de hoy. A esa edad no se me habría ocurrido decir una frase tan explícita. Mucho menos a otro varón. Pero sin embargo, él la dijo. Y le salió desde el fondo de su alma. Creo que ese fue el último indicio de inocencia que vi en Chiro desde ese día hasta la última vez que la vida nos cruzó, en 1992.

Me volví a Entre Ríos, pero no regresé a Ituzaingó hasta las vacaciones de invierno. El tiempo pasa mucho mas lento cuando uno es un niño. Los fines de semana tardan siglos en llegar y los cambios de mes, eternidades. Los niños también olvidan rápido y logran pasar etapas con más facilidad que los adultos. Cuando empecé de vuelta mi vida en Entre Ríos, tenía la cabeza en otra sintonía y muy rara vez recordaba a mi primer amante. Sobre todo, porque en Entre Ríos tuve otros encuentros cercanos con los que pude practicar algunas cosas. Pero eso ya te lo contaré en otra oportunidad.
En Julio, cuando regresé a Ituzaingó, fui a la casa de Chiro, como había prometido. Al entrar al almacén, Mario me dio una cálida bienvenida y me hizo mil preguntas sobre mi vida en el interior. Después de un rato de charlar me preguntó:
“¿Estás buscando al rompebolas de mi hijo?”. Me causó gracia lo de rompebolas. “Ahora te lo busco”
Me quedé comiendo un grisin que le saque a Mario, esperando la aparición del rompebolas.

Cuando se abrió la puerta, vi a un Chiro que desconocí.
Había atravesado un cambio notorio...

CONTINUARÁ


sábado, 6 de septiembre de 2008

Chiro

Hoy hace dieciséis años que vi su sonrisa por última vez. Pasó mucho tiempo, pero todavía me acuerdo de la ropa que llevaba puesta. ¿Ves? Eso es tener una memoria tortuosa. Llevaba unos jeans gastados un poco rotos en la cola y piernas (se que suena polémico, pero en esa época los usábamos todos), una remera blanca que le quedaba corta, un buzo cangurito azul un poco desteñido y el pelo largo como Bono en Rattle and Hum, como lo usaban también la mayoría de los chicos en los noventa. Era el año 1992. Yo tenía diecisiete años y el dieciséis. Paradójicamente, la misma cantidad de años que hace de la última vez que lo vi. Uff... estoy viejo.

No suelo dar nombres reales cuando quiero proteger alguna identidad, así que como ahora está sonando en la compu Ataque 77, vamos a llamarlo Chiro. Te preguntarás quién es, seguramente. Chiro fue una persona muy importante en mi vida, pero a la vez no. Se que no estoy siendo muy claro, mejor empecemos desde el principio básico:
Chiro y yo eramos vecinos, no amigos. No tenía amigos en el barrio. Sí creo que en algún momento tuve “camaradas circunstanciales”, que eran los típicos vecinitos con los que ocasionalmente jugaba de chico o vivía alguna aventura carnavalera como tirar bombitas de agua, meternos en alguna casa abandonada o irnos en bicicleta hasta San Miguel (la puta que había que pedalear cuando hacíamos eso). Bueno, con Chiro no hice ninguna de estas cosas. Así de estrecha era nuestra relación.

Él era el hijo de un almacenero de mi barrio. Nos conocíamos de siempre, pero no nos dimos mucha bola hasta el verano de 1989. Yo había vuelto por las vacaciones de verano de Entre Ríos (en ese momento estudiaba ahí). Había estado un año entero sin ver casi a la gente del barrio, y ese mediodía fui a comprar víveres al almacén. Mientras estaba charlando de banalidades con Mario, el almacenero, Chiro se asomó desde la puerta del fondo y se unió a la conversación.
Verlo me produjo un extraño deleite. Me impresionó como había cambiado su aspecto de un año a otro. Se había puesto realmente muy lindo. Fue ahí que dejé de verlo como a un niño y descubrí que Chiro se iba a convertir en un flor de potro. Cuando me estaba dando el vuelto, Mario me preguntó:
“Vas esta noche al recital, Marcelito”
“Ah si, ¿vas vos?”, pregunta curiosamente Chiro.
“¿Qué recital?”.
Pensé en las repercusiones que podía llegar a tener en mi vida la siguiente confesión. Decidí que no tengo nada de que esconderme, así que voy a ser valiente:
“El del Banana Pueyrredón. ¿No vas? Es en el Gei”, pregunta el chico animadam ente.
“¡Ah sí, cierto! El año pasado no fui cuando vino. ¿Vos vas a ir?”
“Si, yo voy. ¿No querés venir? La entrada la sacas ahí nomas, en el club”
Quiero aclarar algo en mi defensa. Esa era la época en la que el Banana Pueyrredón tuvo sus cinco minutos de gloria, y no era tan polémico ir a verlo, era bastante popular. Era cuando cantaba “Felicidad No Tienes Dueño” y “Cuando Amas A Alguien” (perdón...)
De repente, me iba con Chiro a ver al Banana Pueyrredón. La vida te da sorpresas. Era raro, que nos hicieramos los mejores amigos cuando siempre había sido “hola chau” la cosa, pero, ¡my God! ¡Qué lindo se había puesto! Tan chiquito y tan trolito... en fin...

Fuimos al recital. Era un poco tierno el cuadro, me imagino. Eramos dos pibes de doce y trece años y estábamos ahí solos, con nuestros shortcitos viendo al Banana Pueyrredón entre un montón de pibes y pibas que bailaban los lentos bien apretaditos. La pasamos bien, recuerdo.
Desde ese día nos veíamos bastante. Estábamos de vacaciones y no había mucho para hacer, entonces íbamos a andar en bicileta, a tomar helados y a boludear con algún otro amigo de él.
Siempre había escuchado el comentario generalizado de que este chico, junto con otra pandillita barrial, eran medio chorritos, que había que tener cuidado con ellos. También había escuchado el rumor de que cuando Chiro tendría diez años, o algo así, alguien lo había sorprendido toqueteandose las partes privadas con otro pibe del barrio. Dato que siempre me pareció interesante... pero viste como es la gente, y más en provincia.

Una tarde que estábamos en mi casa, no me acuerdo como, terminamos jugando a “la luchita”. Esta luchita terminó siendo un poco homo-erótica porque hacía mucho calor, estábamos en cueros, y para poder jugar no nos quedaba otra que agarrarnos y tocarnos. El era bastante mas ducho que yo en estas cosas y me estaba ganando. Cuando me tenía tirado en el piso y aplastado bajo su cuerpo me dice:
"¿Te rendís?”
“Si.” Contesté yo. Pero era mentira. Ni bien se levantó, me tiré encima de él. Me sacó con una mano sola (era bastante fuerte) y me dijo: “Cortala, pendejo. Te voy a bajar los pantalones si la seguís”.
“¿Ah sí? A que no te animás”. Lo desafié.
“Vos no me jodas, si sabés lo que te conviene”. Y yo sabía muy bien lo que me convenía. Me tiré encima de él una vez más y en ese momento me agarró de la cintura y me bajó los pantalones. Ni bien me los bajó, yo se los bajé a él también de un tirón. Los dos nos observamos con detenimiento. Su cuerpo era totalmente lampiño, como el de casi cualquier chico de esa edad. Su piel era bastante más oscura que la mía. No había ni una peca ni ninguna irregularidad en su cuerpo, salvo un lunar en la ingle. Levante la vista y quise mirarlo a los ojos para ver que le sucedía frente a mi desnudez. Chiro se quedó mirando mi pelado sin polera un poco shockeado.
“No lo puedo creer”, dijo sin sacar su vista de mi rígida hombría. “Es re gigante”.
No es que la naturaleza no haya sido generosa conmigo, pero tengamos en cuenta que él tenía pitito de doce años, mientras que yo me había adelantado y tenía pitito de dieciséis. Nuestras diferencias de tamaño eran demasiado notorias, hasta para mí.
Sin decir palabra, estiró su mano hasta mi pelvis y empezó a acariciarme con mucha timidez. Al principio no supe bien que hacer, así que solo me limité a observarlo. El no me miraba, solamente seguía el movimiento de su mano con sus ojos. Después de un rato, cuando vi que los dos teníamos permiso para jugar, empecé a acariciarlo yo también.

Hoy se bien que no era el primer contacto con el mismo sexo que habíamos tenido en nuestras cortas vidas, pero eso es lo especial que tienen esos acercamientos carnales cuando uno tiene esa edad, siempre se sienten como la primera vez y siempre te ponés tenso. Pero es una tensión que disfrutas mucho. ¡Era tan raro estar tocando otro cuerpo! Estar viendo esas partes que uno nunca veía, salvo en el espejo. Los dos estábamos sumergidos en un mundo de descubrimiento y nos analizábamos mutuamente como si el otro fuera un alien.

Después de dedicarle un largo rato a la exploración pélvica, Chiro se tiró en la cama. Yo me acosté a su lado. Este fue el primer momento en el que hicimos contacto visual desde que empezó la desnudez. Chiro tocaba mi cara, pasaba sus manos por mis labios. Yo tocaba su brazo, subiendo por los hombros, volviendo a bajar por su pecho y abdomen. Todo era muy lento y muy suave. Como si fingiésemos que el otro dormía y que había que ir despacio para que no se despierte. Sus manos acariciaban mis muslos y se deslizaban hacia mis nalgas. En ese momento, Chiro me dijo “Date vuelta”. Le hice caso y me acosté boca abajo. El se acostó arriba mío y se quedó así con su cabeza apoyada sobre la mía. Pasaron algunos minutos y seguía inmóvil, sin hacer más nada. No entendía que pasaba. Pasaron unos minutos más y le pregunté:
“¿Qué hacés?”
“Te estoy cogiendo”, dijo él con mucha seriedad.
“Ah...”. A mi no me parecía que estuviera haciendo nada, pero claramente el sabía mas de esto que yo. Después de unos minutos más, le pregunté:
“¿Y estás seguro que es así?
“Si, yo lo hago siempre con Martín”. Ahí apareció la confesión. Era verdad lo del otro vecinito.
“Ah. Está bien”. Me quedé pensando un momento. “¿Te puedo coger yo ahora?”
“Dale”, dijo Chiro mientras se me salía de encima y se acostaba boca abajo. Me subí arriba de él y apoyé mi cabeza en la suya. Ese silencio me estaba incomodando así que le pregunté:
“¿Te gusta?”
“Si, ta bueno”. Pasaron unos momentos y me preguntó:
“Che... ¿nos pajeamos?”.
La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Pajearse adelante de otro? ¿Qué onda? Eso era algo que yo hacía a las escondidas. Sin esperar mi respuesta, se escurrió por debajo mío, se acostó boca arriba y empezó a agitar su pequeño pajarito. Yo no podía parar de mirarlo. Era muy raro. Se hacía la paja diferente que yo. Mientras se pajeaba me miraba y hacía caras raras, me parece que contenía la respiración. Yo empecé a hacer lo mismo que él, pero era muy raro estar haciendo eso adelante de otra persona. Vi como aceleraba su ritmo cada vez más. Con una mano me agarró una pierna y la apretó hasta lanzar un fuerte gemido. Después se quedó acariciándome el muslo con los ojos cerrados. Unos segundos después yo también había concluido.
En el momento que me recuperé del orgasmo me pasó lo que siempre me pasaba en esa época cuando me masturbaba, sentí culpa. Culpa y vergüenza de lo que había hecho. Me levanté y empecé a vestirme rápido. Necesitaba hacer de cuenta que esto no había pasado. Me repugnaba seguir viendo a Chiro desnudo arriba de mi cama.

En ese momento se escucha que la puerta de calle se abre:
“¡Marce! ¿Estás? Vení a ayudarme con las bolsas del super”.

Era mi vieja...

CONTINUARÁ


miércoles, 3 de septiembre de 2008

Templo Del Espíritu Santo (parte 2): ¡Qué Chuletas!

"¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que tenéis de Dios, y que no sois vuestros?"
(1 Corintios. 6:19, La Biblia)


INTRODUCCIÓN
El tronco es la parte central de nuestro cuerpo que une nuestras extremidades, y como todos sabemos se compone del tórax y el abdomen (este último conteniendo el polémico y polifacético pelvis). Las costillas podría decirse que son como el armazón de nuestra parte superior. El destino atenta contra este sector de mi cuerpo una y otra vez. A esta altura, creo que es algo personal que alguna fuerza de la naturaleza tiene en mi contra. Como en este momento me encuentro padeciendo un mal que aqueja mi zona central, decidí dedicarle un post, ya que es parte de mi Templo del Espíritu Santo

¡BARILÓ, BARILÓ!
El primer atentado tuvo lugar en la montañosa ciudad de Bariloche, hace unos cuatro años atrás. Estaba de gira con el teatro y nos íbamos a quedar todo el fin de semana encerrados en unas cabañas, desgraciadamente. No me entusiasmaba el plan porque eramos un grupo chico, todos eran sanos, se dormían temprano y no había hombres con los que coquetear. Entonces cuando propusieron ir a esquiar y todos dijeron que si, yo dije que si también solo para no quedarme encerrado en la cabaña, terminar haciéndome siete pajas y plastificandole la cama a alguien con litros de viscosidad (pasa que ese es mi hobbie preferido en momentos de extremo ocio).
Decididamente, los deportes caros no son para mi, y menos el ski. Me cago de frío pero a la vez me puedo insolar, hay que estar metido adentro de ese traje incitador de claustrofobia, donde siempre en algún momento me pica un huevo y no me lo puedo rascar, hay que caminar con el calzado de ski que es parecido a tener las piernas entablilladas, hay que volver a subir y siempre subir, y hay que escuchar gente concheta decir muchas boludeces. La última parte es la que menos me aburre de todas las enumeradas, igualmente.
En el grupo había un par de perdedores como yo que no se animaban a más, y decidimos quedarnos retozando en la nieve, viendo como los blancos copos se unían al nublado cielo del Cerro, creando una ilusión celestial. Fue un grato momento al cuál no le faltó conciencia de hermandad y juegos infantiles, como arrojarse bolas de nieve al rostro, hacer muñecos y dejar la huella de todo el cuerpo sobre el impoluto suelo. Mientras me hallaba tirado boca arriba contemplando la inmensidad del cielo y reflexionando que quizás había sido una buena idea venir, un compañero algo excedido de peso quiso jugar a otro juego. Alzando su voz en un grito Pocahóntico, dejó caer su peso muerto sobre el mío.
Escuche que algo hizo crack. A eso le siguió un dolor seco como el de una trompada en el estomago, seguido por falta de aire. Me aterró mas la idea de mi cuerpo rompiéndose por dentro que el dolor real que sentí. Con el poco aire que me quedó le susurre “salí de acá ya...”. Mi compañero me miró horrorizado y durante los veinte minutos que siguieron no paró de pedir perdón. Yo solamente podía pensar que por dentro se me había producido un banana split, entonces sus disculpas estaban empezando a irritarme, pero seguí diciéndole que estaba todo bien por miedo a que empiece a disculparse por pedir disculpas. Finalmente, cansado de disculparse mi compañero me dijo “Bueno, ¿que querés? Me olvide de que sos flaquito”. Creo que en realidad de lo que se olvidó es de que traía distribuido por todo su cuerpo el resultado de su gula. Pero en fin, no le guardo rencor (ya que hablo de el, hoy por hoy bajó de peso y tiene mas curvas que Pampita).
Durante los siguientes días tuve que hacer funciones con un constante dolor en el costado. Lo peor de este tipo de lesiones es que el recordatorio de que ocurrieron lo sentís cada vez que respiras...
Hasta ahora no se puede vivir sin respirar...
Vos hace el cálculo...

GAROTO ACCIDENTADO
Un par de años mas tarde me fui de vacaciones con un grupo de amigos a Brasil. Eramos cerca de diez personas, de las cuales seis estaban de novio. Al estar casi todos en pareja, las actividades recreativas tenían que limitarse a cosas que todos pudieran hacer si poner en riesgo la felicidad de su matrimonio, y ya que estoy hablando del tema, esa felicidad estuvo en riesgo en mas de una ocasión, pero eso es aparte. Alguno de mis amigos (no recuerdo cual) tuvo la brillante idea de que fuéramos a hacer Kayak en el río. Para quién no sepa, Kayak es un deporte pelotudo que consiste en meterte en un botecito que te deja las piernas aprisionadas, y tenes que remar y remar sin sentido alguno mas que lograr que se te acalambren las manos, entre otras cosas. Yo no soy muy amigo de ningún deporte, pero por alguna razón desconocida me dejé convencer y allá fuimos rumbo a la aventura.
El viaje de ida estuvo bastante bien, pero decididamente hubiera preferido quedarme en la casa tomando caipirinhas. El problema fue volver. Le dije a la chica que venía conmigo que fuera en con otro de mis amigos, yo tenía ganas de no escuchar los quejidos de una mujer y de demostrarles a todos lo poderoso que era este chiquitín.
Resulté no ser tan poderoso, y me tocó remar solo contra la corriente. Por mas que remaba y remaba con todas mis fuerzas no parecía avanzar tanto como los demás. Igualmente, con toda determinación seguí mi camino mientras notaba lo atrás que el resto me estaba dejando. El río era manso y tranquilo, pero la única agrupación de agua que decidió revelarse y formar una pequeña ola, se dirigió hacia mi bote. Este se volvió inestable sin que yo pudiera evitarlo. Traté de hacer una maniobra magistral para no perder el equilibrio, pero terminé cayendo de cabeza al agua. ¡Que feo es zambullirse cuando el chapuzón no está dentro de tus planes! Así y todo, intente treparme para subir al bote, pero se me resbalaba y me volvía a caer al río. No había forma de poder mantenerlo quieto a este motherfucker. ¿Quién carajo me había mandado hacer ese deporte de mierda? Pero no me iba a dar por vencido. Me zambullí y salí a la superficie con toda la fuerza que podía como Ariel de La Sirenita , intentando catapultarme hacia el bote, pero el agua hizo que mi mano se resbale y caiga con todo el peso de mi cuerpo sobre el borde del bote.
¡Zas! El golpe fue sobre el costado derecho, la misma costilla que mi compañero supo triturar. Dolor. Dolor. Dolor. Falta de aire. Esto no podía estar pasando justo en este momento. Con los ojos desorbitados y sin poder respirar, volteé mi cabeza hacia un costado y vi como el remo de mi bote se alejaba río abajo. Por mas que el dolor me había paralizado, me tiré del bote una vez mas hasta que alcance el remo. Volví a hacer un par de intentos para subirme al bote y cuando lo conseguí, maldiciendo a Brasil, al río, a Xuxa y Pele juntos, remé con mi costilla lesionada durante alrededor de una hora, hasta que llegué al final de mi recorrido. Mis amigos me vieron entrar a la casa caminando despacito y con cara de culo. Alguien me hizo algún chiste imbécil que no entendí y pase el resto de mis días en Brasil sentado en la arena mientras los demás se divertían.
Esta vez la pase mucho peor que cuando fue lo de Bariloche y no pude realizar casi ninguna actividad durante un mes.

EXTRA BRUT
Creo que a la desgracia costal le gusta hacer apariciones en mi vida una vez cada dos años aproximadamente. La última aparición sucedió la ante semana pasada. Estaba en un set de filmación con un montón de gente, filmando una escena un poco movida porque había que recrear un incendio. Cuando el director decía “Acción” todos teníamos que correr de un lado al otro del set, como desesperados, intentando escapar de las llamas.
Hicimos la toma varias veces. Cada vez que la hacíamos había una extra petisita y regordeta que pasaba gritando como loca, tapándose la cara con sus brazos. Era claro que no veía nada, y no le importaba, solamente quería terminar la escena, irse a su casa y olvidarse que trabaja de extra. Todas las veces que me la crucé tuve que esquivarla para que no me diera un golpe. La última vez no tuve tanta suerte. “¡Acción!”, gritó el director y todos empezamos a correr desesperadamente una vez mas. Mire un momento hacia atrás porque escuché un ruido estrepitoso. Algo se había caído. Al darme vuelta para seguir corriendo, fui embestido por la pequeña extra y sus brazos al aire. Uno de sus codos colapsó contra mi tórax con toda la fuerza que ese pequeñito cuerpo podía impartir. Una vez mas, esa sensación tan conocida de falta de aire y dolor seco, me embargó. Seguí corriendo y salí del plano de la cámara para poder recuperar la respiración y putear bajito. En ese momento pensé que había sido solo un golpe y que en un rato se me iba a pasar. No solo que no se pasó sino que con el correr de los días se empeoró. No bastaba con el dolor, también me tenía que resfriar. Si tenés un traumatismo en esa zona, pedile a Dios, Jesús o Mahoma que te guarde de los resfríos, porque si estornudas le puedo asegurar que vas a ver al diablo en pelotas. Es casi tan doloroso como darte el golpe nuevamente. En serio.

CONCLUSIÓN
No tengo mucho mas para agregar al respecto. Desgraciadamente, no he podido dejar de cumplir mis actividades. Alguien tiene que poner el puchero sobre la mesa. Así que me encuentro aquí, tomando diclofenac cada doce horas, esperando que alguna mañana de septiembre me despierte y el dolor en el pecho se haya ido.
Deseo con todo mi corazón, que esta sea la última vez.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Lo Pasado, Pisado...

El otro día estaba en la casa de una amiga y me puse a mirar sus cosas mientras ella preparaba café en la cocina. No hay pasatiempo mas divertido cuando uno está en una casa ajena que revisar todo, si no lo hiciste probálo, no te vas a arrepentir.

Mientras revisaba las cosas de mi amiga me pasó algo que me dio un mareo leve. Encontré muchos items que pertenecían a la pre historia. Te estoy hablando de épocas en las que yo tenía 19 años, por ejemplo (muchas veces me cuesta comprender que en una época fui tan chico). Había cajas y cajas de cosas de mi amiga, que yo ya conocía por ser su amigo desde el año 1993, pero que ya no tienen razón de seguir existiendo. Son esas cosas que uno guarda en cajas para después nunca mas volver a abrirlas, esas cajas quedan cubiertas con polvo, lo que hay adentro de las cajas se pone mohoso o con olor a humedad. Ver todos esos items que se encontraban en las mismas cajas donde yo los había visto por última vez en mi adolescencia, te puedo asegurar que me mareó. Fue como ver un muerto caminar.
Mi amiga, desde que la conozco hasta ahora, se ha mudado infinidad de veces. Nunca tuvo la posibilidad de ser propietaria y es inquilina desde su emancipación. Ha paseado por todos los barrios de Buenos Aires: cajas, sus adornos del viaje a Disney en 1997, su ropa vieja que alguien se la había regalado (porque si ella se la compró, es una flor de hija de puta), cassettes, (que hace rato que ya no tiene donde escucharlos) videos en VHS y papeles, papeles, papeles. Fui a la cocina indignado y le dije “¿Me podés explicar porqué te seguís llevando a cada casa que te mudas, toda esa cantidad de porquerías que nunca vas a usar ni tocar?”. Ella mientras lavaba las tazas se quedó pensando y me contestó “Y... no se. Me da cosa tirarlas”.

Le da cosa tirarlas, dice. ¿Qué es lo qué te da cosa? ¿Por qué si uno puede vivir perfectamente sin esas cosas, se las sigue llevando como quien lleva una urna con la abuela cremada en su interior? Mirá que yo no soy una persona de andar con misticismos, metafísica y ni hablar de esoterismo, pero si tengo algo muy claro: Las posesiones de uno van acorde al momento que uno está pasando en la vida, y representan distintas partes de tu ser. En las posesiones tenemos energía nuestra depositada. Las cosas que compramos, no tienen porque quedarse con nosotros para siempre. De hecho, no deberían. Todo lo que acumulo no perteneciente a la realidad que vivo hoy, me mantiene con un pie en el pasado y otro en la actualidad.

Mientras tomábamos el café en silencio, me puse a pensar en la cantidad de cosas que he dejado diseminadas por todos los lugares donde he vivido. El primer lugar fue el colegio en Entre Ríos, al que asistí en 1989 / 90. A fin del año noventa me expulsaron de ese internado por ser demasiado subversivo. Tenía cajas con partituras, una bicicleta y ropa. Nunca mas volví a buscarlas. Me enviaron un telegrama una vez informándome que si no retiraba las cosas se la iban a dar a los pobres o algo así. Cosa que es imposible. Cualquiera que conozca Villa Libertador Gral. San Martín sabe que ahí no hay pobres. Nunca mas volví. Alguien debe haber encontrado un buen uso para esa bicicleta.

En el año 1996, a la edad de 20 años, tuve mi primer novio. Ya les voy a hablar de el en un post aparte, porque creo que la historia lo amerita, pero en resumidas cuentas, el tiempo que la pasamos bien juntos fue bastante poco. Realmente necesitaba salir de esa relación para no volver nunca mas. Y así lo hice. Dejé cosas que el me había regalado, algo de ropa también, y papeles míos. Nunca volví a buscarlos.

En el año 1997 tuve mi segundo y último novio, con el cual estuve siete años (ah si m'hijo, yo si me meto, me lo tomó full time). Si bien tengo los mejores recuerdos de mi relación con el (al cual también le voy a dedicar un post entero porque hay un antes y después de esa relación en mi vida), la separación fue bastante traumatica. No podíamos cortar con la relación pero tampoco podíamos seguir en los términos en los que estábamos. Para intentar salvar nuestra pareja, un año y pico antes de la separación, decidimos hacer mejoras en el departamento que habitábamos. Compramos muebles, pintamos, redecoramos, etc. En el momento de separarnos, hablamos de que cosas me correspondía tener yo y que cosas el. Resultó ser que la mayoría de las cosas eran mías, porque el había comprado mas que nada algunos electrodomésticos y se había encargado del gasto de albañilería y pintura. Imaginate que después de estar en esa casa tantos años, tenía toda mi vida desparramada entre cajones, estantes y demás receptáculos. Solamente me llevé lo que iba a necesitar. El resto de mis cosas siguen estando ahí desde el año 2004. Videos, fotos, muebles, vajilla, libros, CDs. Con el correr de los años, a medida que fui necesitando cosas, me lleve algunas posesiones de la casa de mi ex, pero el resto de las cosas siguen ahí guardadas, esperando a que yo las busque o a que mi ex en un brote de ira las tire todas a la mierda. Dudo que pase esto último. El, al igual que mi amiga, se aferra a las cosas que ya no son de su realidad actual.

En el momento en el que me mude de donde vivía con mi ex, no podía llevarme casi nada porque me estaba yendo a una pieza en la casa de una compañera de trabajo. El lugar era ínfimo, y tampoco sabía por cuanto tiempo me iba a quedar ahí. Así que encontré mi excusa perfecta para desentenderme de mis posesiones. Una vez que me mudé al primer departamento alquilado a mi nombre, pensé en que ahora si podría traerme las cosas. Pero después reconsideré: “No se si quiero armar una sucursal de la casa de mi ex, en mi casa. Mejor dejar esto como está”.

No se bien que pensar de lo que te cuento. Supongo que quería hablarlo porque ayer estuve justamente conversandolo con alguien y me quedé pensando. Es mejor tener los recuerdos en la memoria. Ahí pueden vivir sin obstaculizar tu vida. La ropa que ya no usas, dejala. Hay otro que la necesita y no tiene forma de comprarla y se va beneficiar mucho mas que tu placard. Los recuerdos dolorosos, tiralos. ¿Si te hacen mal para que querés tenerlos con vos? ¿Por si alguna vez tenes ganas de sentarte a rememorar? (dale...) Los papeles. Los papeles son un juntadero de mugre, y yo comprobé que si uno los guarda en cajas, probablemente sigan ahí guardados durante décadas, por no decir para siempre. Las cosas que guardamos sin necesidad están estorbando la llegada de otras nuevas. Esa es una realidad innegable.

Destapar. Liberar. Moverse. Renacer. Superarse. Recomenzar.

Todo esto es lo que se logra despojándose de lo que uno no necesita. Mi forma inconsciente de hacerlo la primera vez fue dejando mis cosas en Entre Ríos y no tener tiempo de volver a buscarlas. Cada vez que dejo cosas en algún lugar, nunca tengo la decisión mental de dejarlas para siempre. Pero se ve que mi cabeza dice: “Ya está. Esto forma parte del pasado”.

Lo pasado, pisado. Recién ahora entiendo el refrán. Que gil.