domingo, 7 de septiembre de 2008

Chiro (Parte 2)

Para entender esta historia, tenés que leer la primer parte. La podés encontrar después de este post, o haciendo click aquí


¡Uy! ¡La puta que lo re parió! Era mi vieja. ¡La concha de la lora! ¡Iba a venir tarde, dijo! Pronto, la ropa. Chiro seguía acostado como si no pasara nada.
“¿Qué hacés ahí? ¡Levantate pelotudo! ¡Apurate!”. Estaba en un ataque de desesperación de los que me vuelven inoperante y lo único que hacía era dar vueltas sin resolver nada. Chiro se levantó, se puso el calzón y el short y se metió abajo de la cama.
“Marce, ¿con quién estás?”, preguntó mi vieja desde la cocina.
“¡Nada ma! Estamos acá viendo unas cosas en la tele”, después de vociferar esta mentira me agaché y le susurré a Chiro “¡Salí de ahí! ¡Se va a dar cuenta!”. Alguien que esconde cosas y todavía no domina bien el arte de mentir, siempre entra en esa paranoia. Mientras Chiro salía de abajo de la cama, mi mamá entró a la pieza. Se quedó en la entrada con una cara de acá-está-pasando-algo-turbio que me dio miedo. Tenía el corazón que se me salía por la boca:
“¿Qué estaban haciendo acá?”, dijo con una ceja levantada. Si mi vieja levantaba la ceja estaba todo para el orto.
“Nada, Doña. Estábamos viendo un cacho la tele”. Mi vieja dirigió su mirada al televisor... que estaba apagado y dijo “Marcelo me tiene que ayudar con las cosas de la casa, Chiro. Anda yendo”. Chiro agarró una gorrita que había traído y antes de salir preguntó: “¿Venís después, Marce?”. Asentí y me fui para la cocina sin decir nada. Mi mamá no dijo nada al respecto en toda la tarde. Negativa maternal, le llamo yo.

Nuestros encuentros sin ropa eran cada vez mas frecuentes. Las luchitas en torso dejaron de funcionar como excusas para bajarnos los pantalones, ya sabíamos lo que queríamos. Y mientras más nos encamábamos, mas descubríamos. No hablábamos del tema, simplemente después de acabar por ahí nos preguntábamos “¿Te gustó?”. Eso era todo.
Toda mi culpa, remordimiento y vergüenza después de mis orgasmos, fue creciendo a medida que seguíamos repitiendo lo que se nos estaba transformando en vicio: Yo tenía claro que lo que estaba haciendo ofendía a Dios. Estaba pecando y la paga del pecado es la muerte.

Un día, cerca del final de las vacaciones, Chiro me vino a buscar para ir al baldío de la otra cuadra, donde aveces nos metíamos para hacer “nuestras cosas”. Yo le dije que no quería que siguiéramos haciendo eso, que estaba mal y que si seguíamos así nos íbamos a convertir en putos. ¡Que inocencia, mi ángel!
“Pero no te entiendo que pasa. ¡Dale! !Un rato nomas!”
“No, Chiro. Ya te dije que no se puede. Sino después vamos a terminar siendo putos”.
“Nada que ver. Mirá si yo voy a ser puto con lo que me gustan las minas. Además, coger es de machos”, fue lo único que se le ocurrió para "seducirme”.
“Bueno, no. Ya te dije. No me sigas hinchando porque no podemos”.
Chiro se fue de la puerta de mi casa haciendo pucheros y pateando piedritas que encontraba por el camino. No le gustaba que le digan que no. Las siguientes veces que fui al almacén de su casa, él siempre se quedaba del otro lado del mostrador y ya no me saludaba. Con esta actitud él esperaba que yo viniera a suplicarle que siguiéramos pecando, y yo tenía demasiada culpa como para que eso sucediera, si bien me moría de ganas. De esta manera, los días pasaron y no volvimos a tener ningún tipo de contacto.

Finalmente, las vacaciones concluían y yo me volvía a Entre Ríos. No sabía aún cuando iba a regresar. Mientras armaba mi bolso y mi mamá estaba de compras en la feria, Chiro tocó a la puerta:
“Hola. ¿En qué andas?", le pregunte haciéndome el casual.
“Nada. Terminamos de comer hace un rato. ¿Vos que hacías?”
“Me estaba preparando el bolso”
“Estoy aburrido. ¿Querés que te ayude?”.
Ah... ¿qué te puedo decir? Esos ojitos dormilones, es boca grande y esos cachetes, simplemente me tentaban demasiado. Era como ver un plato de comida caliente después de varios días de ayuno. ¿Como es posible que pudiera transmitirme tanta sensualidad? Nos miramos un momento después de su última palabra y no se necesito decir más nada.

Perdóname, Padre... fui débil.

Abrí la puerta y Chiro se abalanzó sobre mi. Tomó mi cara entre sus manos y me besó apasionadamente. Me dio una gran sorpresa que no esperaba. Se muy bien que jamás nos habíamos besado durante nuestra intimidad. Había hecho un par de intentos pero él siempre me corría la cara. Creo que en su cabeza, él no era puto si no le daba un beso a otro chico, pero sus deseos no consumados de los días pasados lo habían dejado con ganas de llevarse todo por delante. Nos arrancamos la ropa el uno al otro y cuando ya estábamos en pelotas, nos devoramos. No sabíamos que hacer primero, fue erótico pero desorganizado.

Ya habíamos incursionado en el sexo oral hacía un par de semanas. Él parecía disfrutarlo mas que yo. A mi me parecía un poco monótono y cansador. Además, si no se atrevía a besar un varón, menos se iba a atrever a chupar una pija, por lo cual, la atención nunca era recíproca... no se si me entendés.
Esta vez hizo algo que me sorprendió y marcó mi sexualidad para siempre. Se arrodilló en frente mío, como para devolverme uno de los tantos favores que me debía, pero en vez de hacer lo que yo pensaba, me hizo girar. Yo muy sorprendido no entendía que me estaba queriendo decir. En ese momento, hundió su cara entre mis nalgas e hizo las cosas mas raras del mundo. ¿Como podría explicar? Me quitó la respiración. Me interrumpió el pensamiento, podría jurar que por unos instantes mi cabeza estuvo totalmente en blanco. Nunca me hubiese imaginado que una sensación como la que estaba teniendo pudiera ser posible. Después se incorporó y me hizo dar una vuelta sobre mi eje y empezó a besarme otra vez como loco:
“¿Cuando volvés?”, me preguntó entre jadeos
“No se bien. Puede ser que en Semana Santa”, le dije, medio grogui.
“Es un montón de tiempo. Vamos a la pieza”.
Fuimos a la pieza, nos tiramos en la cama y seguimos rozando nuestros cuerpos. En un momento me dice cerca del oído:
“¿A vos te gusta cuando te cojo?”
“No se. Me parece que es medio aburrido. ¿A vos te gusta?”, yo sabía que estábamos haciéndolo mal.
“Me dijeron una cosa. Hay que meterla, pero en serio”
“Si, creo que si. Pero no va a entrar me parece”
“¿Probamos?”
“Bueno, dale”
Intentamos hacerlo varias veces, pero no había forma. No podíamos entender como era que funcionaba la cuestión. En ese momento no sabíamos muchas cosas que nos enteramos un tiempo más tarde. Pensábamos que era solamente darse vuelta y ¡plín! No teníamos idea de que la gente se corre el prepucio, se lubrica y se hacen otros trabajos previos. Tampoco teníamos idea que existía la fricción; para nosotros lo único que teníamos que hacer era meterla y quedarnos así inmóviles de la misma forma que lo veníamos haciendo hasta ahora. Mi mamá estaba por volver de la feria en cualquier momento y no tenía ganas de revivir la situación de la primera vez.
“Chiro, te tenés que ir. Mi vieja va a volver en seguida”
“¡No! ¡Pará! Haceme un poco la paja”, parecía que le estaban sacando el único mendrugo de pan que tenía para alimentarse el resto del mes.
“No empecemos con esto boludo, dale. Paremos acá. La seguimos cuando vuelva”
“Uh, pará pendejo, ¿siempre todo cuando querés vos? Además falta un montón de tiempo para que vuelvas y yo la tengo parada. Vamos al terrenito de acá a la vuelta aunque sea”.
“Chiro, me tengo que hacer el bolso. ¡Me voy dentro de un rato!”
“¿Sabés que? ¡Andate a la mierda también, forro! Después si venís a mi casa te voy a largar al perro. ¡Puto! ”. La indignación lo superaba. Se sentó sobre el borde de la cama mirando hacia un horizonte imaginario. Ponía cara de boxeador esperando a su contrincante.
“Pará che, no digas así. ¿Porque te enojas tanto?", le dije mientras lo agarraba de la cintura.
En ese momento hizo algo que no pude identificar si me enterneció o si me dieron ganas de ponerle un bife. Se puso a llorar. No era un llanto desconsolado, era un llanto contenido y enfurecido. Creo que la razón por la que no me enterneció completamente era porque sabía de donde estaba saliendo ese llanto. Chiro no podía soportar que alguien le diga que no podía tomar lo que él quería. Desde su nacimiento había sido el pequeño malcriado y consentido por todo el mundo, empezando por su familia. Chiro estaba acostumbrado a demandar y obtener, y sobre todo, a siempre tener las cosas bajo su control. El hecho de no poder tener la sarten por el mango, le generaba una impotencia que no sabía como manejar. Yo soy una persona bastante pelotuda, y no es muy complicado obtener algo de mi, pero nunca me banqué la prepotencia. Frente a la exigencia, mi reacción natural siempre fue revelarme, incluso desde mi mas tierna edad. Cada uno es como es...
“Yo después voy a volver y voy a ir para tu casa. Mi vieja va a venir ahora y la otra vez me pegué un re cagaso. No te enojes boludo, dale. ¿No querés que vaya para tu casa cuando vuelva?”
Chiro se tragó los mocos y se limpió torpemente las lágrimas con la mano. Se paró y se vistió sin decir nada. Cunado llego a la puerta dijo:
“Vos sabes que me re gustas. Sos un forro”.
Dicho esto, abrió la puerta y se fue. Yo me quedé mirándolo desde la ventana. Cuando llegó a la puerta de calle, uno de los gatos de mi vieja se cruzó en su camino y le dio una patada que lo hizo volar hasta el paredón del patio.

"Vos sabés que me re gustas"
. Esas palabras quedaron resonando en mi cabeza hasta el día de hoy. A esa edad no se me habría ocurrido decir una frase tan explícita. Mucho menos a otro varón. Pero sin embargo, él la dijo. Y le salió desde el fondo de su alma. Creo que ese fue el último indicio de inocencia que vi en Chiro desde ese día hasta la última vez que la vida nos cruzó, en 1992.

Me volví a Entre Ríos, pero no regresé a Ituzaingó hasta las vacaciones de invierno. El tiempo pasa mucho mas lento cuando uno es un niño. Los fines de semana tardan siglos en llegar y los cambios de mes, eternidades. Los niños también olvidan rápido y logran pasar etapas con más facilidad que los adultos. Cuando empecé de vuelta mi vida en Entre Ríos, tenía la cabeza en otra sintonía y muy rara vez recordaba a mi primer amante. Sobre todo, porque en Entre Ríos tuve otros encuentros cercanos con los que pude practicar algunas cosas. Pero eso ya te lo contaré en otra oportunidad.
En Julio, cuando regresé a Ituzaingó, fui a la casa de Chiro, como había prometido. Al entrar al almacén, Mario me dio una cálida bienvenida y me hizo mil preguntas sobre mi vida en el interior. Después de un rato de charlar me preguntó:
“¿Estás buscando al rompebolas de mi hijo?”. Me causó gracia lo de rompebolas. “Ahora te lo busco”
Me quedé comiendo un grisin que le saque a Mario, esperando la aparición del rompebolas.

Cuando se abrió la puerta, vi a un Chiro que desconocí.
Había atravesado un cambio notorio...

CONTINUARÁ


6 comentarios:

Guille dijo...

como sigue??? No podes dejarnos sin final che!

Marcelo dijo...

Seamos pacientes Guille.
Ya va a llegar... pronto...

besote

Anónimo dijo...

no puedo creer como me atrapan tus historias. no soy paciente para leer cosas largas desde la computadora, pero cada vez que entro me quedo y me encanta. gracias por compartir taaaan abiertamente.... siendo mujer y con mis propias historias, a veces me siento muy identificada. hay algo como de una inocencia sabia en tus anecdotas que me seduce. besos!

Marcelo dijo...

Muchas gracias por pasar, leer y dejar tu comentario Cami. Tengo muchas vivencias acumuladas. Algunas me hicieron bien, otras mal. Las que me hicieron bien, dieron su fruto instantaneamente. Las que me hicieron mal dieron su fruto al haber aprendido lo que no tenía volver a repetir. Pero si a vos o a cualquiero otro lector les hizo disfrutar el momento de leerlas, bien valió la pena haberlas vivído todas. ¿no?

Te mando un besote grande

Marce

P.D: El otro día me reía cuando me acordaba de me-da, me-da, me-da. jajaja

conedulcorante dijo...

CHE
DALE BOLUDO


PODES PONER EL FINAL?




I lov u

Anónimo dijo...

me re enganche con esta!
ahi voy por la continuaciooooooooonnn

adiooooosssss