sábado, 6 de septiembre de 2008

Chiro

Hoy hace dieciséis años que vi su sonrisa por última vez. Pasó mucho tiempo, pero todavía me acuerdo de la ropa que llevaba puesta. ¿Ves? Eso es tener una memoria tortuosa. Llevaba unos jeans gastados un poco rotos en la cola y piernas (se que suena polémico, pero en esa época los usábamos todos), una remera blanca que le quedaba corta, un buzo cangurito azul un poco desteñido y el pelo largo como Bono en Rattle and Hum, como lo usaban también la mayoría de los chicos en los noventa. Era el año 1992. Yo tenía diecisiete años y el dieciséis. Paradójicamente, la misma cantidad de años que hace de la última vez que lo vi. Uff... estoy viejo.

No suelo dar nombres reales cuando quiero proteger alguna identidad, así que como ahora está sonando en la compu Ataque 77, vamos a llamarlo Chiro. Te preguntarás quién es, seguramente. Chiro fue una persona muy importante en mi vida, pero a la vez no. Se que no estoy siendo muy claro, mejor empecemos desde el principio básico:
Chiro y yo eramos vecinos, no amigos. No tenía amigos en el barrio. Sí creo que en algún momento tuve “camaradas circunstanciales”, que eran los típicos vecinitos con los que ocasionalmente jugaba de chico o vivía alguna aventura carnavalera como tirar bombitas de agua, meternos en alguna casa abandonada o irnos en bicicleta hasta San Miguel (la puta que había que pedalear cuando hacíamos eso). Bueno, con Chiro no hice ninguna de estas cosas. Así de estrecha era nuestra relación.

Él era el hijo de un almacenero de mi barrio. Nos conocíamos de siempre, pero no nos dimos mucha bola hasta el verano de 1989. Yo había vuelto por las vacaciones de verano de Entre Ríos (en ese momento estudiaba ahí). Había estado un año entero sin ver casi a la gente del barrio, y ese mediodía fui a comprar víveres al almacén. Mientras estaba charlando de banalidades con Mario, el almacenero, Chiro se asomó desde la puerta del fondo y se unió a la conversación.
Verlo me produjo un extraño deleite. Me impresionó como había cambiado su aspecto de un año a otro. Se había puesto realmente muy lindo. Fue ahí que dejé de verlo como a un niño y descubrí que Chiro se iba a convertir en un flor de potro. Cuando me estaba dando el vuelto, Mario me preguntó:
“Vas esta noche al recital, Marcelito”
“Ah si, ¿vas vos?”, pregunta curiosamente Chiro.
“¿Qué recital?”.
Pensé en las repercusiones que podía llegar a tener en mi vida la siguiente confesión. Decidí que no tengo nada de que esconderme, así que voy a ser valiente:
“El del Banana Pueyrredón. ¿No vas? Es en el Gei”, pregunta el chico animadam ente.
“¡Ah sí, cierto! El año pasado no fui cuando vino. ¿Vos vas a ir?”
“Si, yo voy. ¿No querés venir? La entrada la sacas ahí nomas, en el club”
Quiero aclarar algo en mi defensa. Esa era la época en la que el Banana Pueyrredón tuvo sus cinco minutos de gloria, y no era tan polémico ir a verlo, era bastante popular. Era cuando cantaba “Felicidad No Tienes Dueño” y “Cuando Amas A Alguien” (perdón...)
De repente, me iba con Chiro a ver al Banana Pueyrredón. La vida te da sorpresas. Era raro, que nos hicieramos los mejores amigos cuando siempre había sido “hola chau” la cosa, pero, ¡my God! ¡Qué lindo se había puesto! Tan chiquito y tan trolito... en fin...

Fuimos al recital. Era un poco tierno el cuadro, me imagino. Eramos dos pibes de doce y trece años y estábamos ahí solos, con nuestros shortcitos viendo al Banana Pueyrredón entre un montón de pibes y pibas que bailaban los lentos bien apretaditos. La pasamos bien, recuerdo.
Desde ese día nos veíamos bastante. Estábamos de vacaciones y no había mucho para hacer, entonces íbamos a andar en bicileta, a tomar helados y a boludear con algún otro amigo de él.
Siempre había escuchado el comentario generalizado de que este chico, junto con otra pandillita barrial, eran medio chorritos, que había que tener cuidado con ellos. También había escuchado el rumor de que cuando Chiro tendría diez años, o algo así, alguien lo había sorprendido toqueteandose las partes privadas con otro pibe del barrio. Dato que siempre me pareció interesante... pero viste como es la gente, y más en provincia.

Una tarde que estábamos en mi casa, no me acuerdo como, terminamos jugando a “la luchita”. Esta luchita terminó siendo un poco homo-erótica porque hacía mucho calor, estábamos en cueros, y para poder jugar no nos quedaba otra que agarrarnos y tocarnos. El era bastante mas ducho que yo en estas cosas y me estaba ganando. Cuando me tenía tirado en el piso y aplastado bajo su cuerpo me dice:
"¿Te rendís?”
“Si.” Contesté yo. Pero era mentira. Ni bien se levantó, me tiré encima de él. Me sacó con una mano sola (era bastante fuerte) y me dijo: “Cortala, pendejo. Te voy a bajar los pantalones si la seguís”.
“¿Ah sí? A que no te animás”. Lo desafié.
“Vos no me jodas, si sabés lo que te conviene”. Y yo sabía muy bien lo que me convenía. Me tiré encima de él una vez más y en ese momento me agarró de la cintura y me bajó los pantalones. Ni bien me los bajó, yo se los bajé a él también de un tirón. Los dos nos observamos con detenimiento. Su cuerpo era totalmente lampiño, como el de casi cualquier chico de esa edad. Su piel era bastante más oscura que la mía. No había ni una peca ni ninguna irregularidad en su cuerpo, salvo un lunar en la ingle. Levante la vista y quise mirarlo a los ojos para ver que le sucedía frente a mi desnudez. Chiro se quedó mirando mi pelado sin polera un poco shockeado.
“No lo puedo creer”, dijo sin sacar su vista de mi rígida hombría. “Es re gigante”.
No es que la naturaleza no haya sido generosa conmigo, pero tengamos en cuenta que él tenía pitito de doce años, mientras que yo me había adelantado y tenía pitito de dieciséis. Nuestras diferencias de tamaño eran demasiado notorias, hasta para mí.
Sin decir palabra, estiró su mano hasta mi pelvis y empezó a acariciarme con mucha timidez. Al principio no supe bien que hacer, así que solo me limité a observarlo. El no me miraba, solamente seguía el movimiento de su mano con sus ojos. Después de un rato, cuando vi que los dos teníamos permiso para jugar, empecé a acariciarlo yo también.

Hoy se bien que no era el primer contacto con el mismo sexo que habíamos tenido en nuestras cortas vidas, pero eso es lo especial que tienen esos acercamientos carnales cuando uno tiene esa edad, siempre se sienten como la primera vez y siempre te ponés tenso. Pero es una tensión que disfrutas mucho. ¡Era tan raro estar tocando otro cuerpo! Estar viendo esas partes que uno nunca veía, salvo en el espejo. Los dos estábamos sumergidos en un mundo de descubrimiento y nos analizábamos mutuamente como si el otro fuera un alien.

Después de dedicarle un largo rato a la exploración pélvica, Chiro se tiró en la cama. Yo me acosté a su lado. Este fue el primer momento en el que hicimos contacto visual desde que empezó la desnudez. Chiro tocaba mi cara, pasaba sus manos por mis labios. Yo tocaba su brazo, subiendo por los hombros, volviendo a bajar por su pecho y abdomen. Todo era muy lento y muy suave. Como si fingiésemos que el otro dormía y que había que ir despacio para que no se despierte. Sus manos acariciaban mis muslos y se deslizaban hacia mis nalgas. En ese momento, Chiro me dijo “Date vuelta”. Le hice caso y me acosté boca abajo. El se acostó arriba mío y se quedó así con su cabeza apoyada sobre la mía. Pasaron algunos minutos y seguía inmóvil, sin hacer más nada. No entendía que pasaba. Pasaron unos minutos más y le pregunté:
“¿Qué hacés?”
“Te estoy cogiendo”, dijo él con mucha seriedad.
“Ah...”. A mi no me parecía que estuviera haciendo nada, pero claramente el sabía mas de esto que yo. Después de unos minutos más, le pregunté:
“¿Y estás seguro que es así?
“Si, yo lo hago siempre con Martín”. Ahí apareció la confesión. Era verdad lo del otro vecinito.
“Ah. Está bien”. Me quedé pensando un momento. “¿Te puedo coger yo ahora?”
“Dale”, dijo Chiro mientras se me salía de encima y se acostaba boca abajo. Me subí arriba de él y apoyé mi cabeza en la suya. Ese silencio me estaba incomodando así que le pregunté:
“¿Te gusta?”
“Si, ta bueno”. Pasaron unos momentos y me preguntó:
“Che... ¿nos pajeamos?”.
La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Pajearse adelante de otro? ¿Qué onda? Eso era algo que yo hacía a las escondidas. Sin esperar mi respuesta, se escurrió por debajo mío, se acostó boca arriba y empezó a agitar su pequeño pajarito. Yo no podía parar de mirarlo. Era muy raro. Se hacía la paja diferente que yo. Mientras se pajeaba me miraba y hacía caras raras, me parece que contenía la respiración. Yo empecé a hacer lo mismo que él, pero era muy raro estar haciendo eso adelante de otra persona. Vi como aceleraba su ritmo cada vez más. Con una mano me agarró una pierna y la apretó hasta lanzar un fuerte gemido. Después se quedó acariciándome el muslo con los ojos cerrados. Unos segundos después yo también había concluido.
En el momento que me recuperé del orgasmo me pasó lo que siempre me pasaba en esa época cuando me masturbaba, sentí culpa. Culpa y vergüenza de lo que había hecho. Me levanté y empecé a vestirme rápido. Necesitaba hacer de cuenta que esto no había pasado. Me repugnaba seguir viendo a Chiro desnudo arriba de mi cama.

En ese momento se escucha que la puerta de calle se abre:
“¡Marce! ¿Estás? Vení a ayudarme con las bolsas del super”.

Era mi vieja...

CONTINUARÁ


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Diecisiete años y muy inocente como para no conocer ciertas leyes de la naturaleza. En diecisiete años se dio vuelta todo. ¿En que lugar de tu vida aparecio ese cruce que fuiste a otro camino diferente?. No me conteste, ya lo contaras en algun post. Abrazos

Unknown dijo...

Totalmente de acuerdo con vos, 17 es muy grande para ser tan boludón. La acción del relato hasta aquí se desarrolla a los 12 y 13, y eso ya quedó aclarado a lo largo del relato, te debes haber confundido

abrazos por allí tambien