sábado, 6 de diciembre de 2008

Inexperiencias Traumáticas: "Te La Tomás Toda"


Hoy tuve mi día libre y me la pasé pelotudeando. Chateé con amigos, vi tres series distintas y me toqué varias veces las bolas. Una de las cosas que más me gusta hacer en mis días de ocio, es sentarme a comer cosas que engordan, acompañadas por un Nesquick helado.
Mientras preparaba mi merienda en la cocina, fui a la heladera y saqué el sachet de leche. Al observar la sospechosa consistencia del líquido blanco cayendo dentro de mi taza que dice "I Corazón New York", reviví algo.

De repente ya no tenía más treinta y tres años. Ya no estaba más en la cocina de mi casa del barrio de Belgrano. Ahora tenía siete y me encontraba en Ituzaingó, parado en la cocina de María, la vecina que me daba la merienda cuando volvía del colegio. Mi mamá siempre trabajó todo el día y llegaba a casa muy tarde a la noche, entonces le había pedido a María que se ocupara de alimentarme después del colegio para que no estuviera tan solo. ¿Qué se le va a hacer? Creo que hay un par de madres judías nadando entre los genes de mi vieja.

María era una mujer de unos cincuenta y tantos años, muy macanuda y simpática, que vivía con Miguel, su marido (bastante más entrado en edad que ella, por cierto). Miguel era un militar retirado, sin embargo, en apariencia, no tenía el temperamento rudo y seco que uno esperaría de un personaje semejante. Lo recuerdo como un tipo bastante gracioso y sencillo en el trato cotidiano. Sospecho que la que llevaba los pantalones en esa casa, era la señora. No por nada en el barrio la gente se refería a ellos como “María y Miguel”.
Tenían un kiosko en el frente de la casa que lo habían abierto cuando Miguel se jubiló. Eso creo que fue antes que yo naciera, así que para mi siempre fueron los viejos kioskeros.

Este matrimonio tenía un único hijo, Carlos, quien, para mantener la tradición familiar, trabajaba para los milicos. Carlos había aprendido sus lecciones muy bien y trataba a los demás como si fuesen parte de su regimiento. Su gran ambición era hacer una sólida carrera dentro del ejercito, pero un problema físico (que ya no recuerdo cuál era), lo condenó a trabajar para la milicia solamente como empleado administrativo.
Cualquiera pensaría que un hombre como Carlos, necesitaría a su lado una sumisa y humilde mujer que lo espere con la comida lista, que le diga “Querido, tu hijo se portó mal” y que lave su ropa a mano con agua fría sobre la tabla de madera. En cambio, Carlos se casó con Norma.
No se bien de donde salió esta mujer, pero es la clase de persona que podría ser finalista de dos temporadas consecutivas de Expedición Robinson. Recia, de carácter fuerte, hombruna y autoritaria. (no recuerdo haber examinado sus palmas, pero puede ser que hayan estado llenas de callos).
Mientras Carlos y Norma estaban en casa de María y Miguel, todos debían acatar sus ordenes. La forma usual de imponer respeto era murmurar insultos por lo bajo, pegar un grito para hacerte reaccionar, o dar un golpe en la mesa para que no te quepan dudas que no pensaban discutir al respecto. Lo confieso, les tenía un poco de miedo.

Las tardes en las que volvía de la escuela y María me preparaba la merienda, eran siempre alegres. Me sentaba con Miguel en la puerta de la casa y lo escuchaba chusmear sobre el barrio con algún vecino que pasaba, la ayudaba a María con el jardín a regar las plantas y esas cosas. Miguel me dejaba jugar a que atendía el kiosko y siempre decía cosas que me hacían reír. María dejaba de ver "Café con Canela” para que yo vea los dibujitos. La pasaba muy bien.
Cuando estaban Carlos y Norma, la rutina era diferente. Los viejos se ausentaban un poco de mi tutela y dejaban mi cuidado al flamante matrimonio. Cualquier cosa que yo dijera o hiciera podía ser suficiente para que floreciera la ira dentro de sus corazones y me prodigaran un número inagotable de insultos:
¡Pero la re puta madre que te re contra mil re parió!, ¿no ves que estamos viendo la tele? ¿porqué carajo no cerrás un poco el pico?
Che, taradito, volvés a salpicar el piso del baño y te bajo todos los dientes de “un piñe”.

Lógicamente, tenían varios sobrenombres de su propia autoría para dirigirse a mi persona: El rey de los boludos, papanatas, pelotudo, gil, enfermo mental, mogo (por mogólico), otario, nabo, marica.

Tomar la merienda con ellos era un viaje hacia lo inesperado, podía pasar cualquier cosa. Si sabía lo que me convenía, más me valía que consumiera lo que me daban de ingerir sin chistar. Todo podía ser usado en mi contra.
Un día, Norma me hizo un café con leche que estaba tan caliente que me quemó los labios. Ni bien sentí la quemazón, decidí tomarlo con cucharita, soplando antes de llevarme el contenido a la boca. Al escuchar el ruido de mis sorbos, dijo:
“Che, mogo, ¡no empecés con ay-está-caliente eh!”
“Es que quema un poco...”
Norma dejó los platos que estaba lavando, se avalanzó sobre mi y con su nariz a pocos milimetros de la mía grito:
“¡Entonces no vas a tomar nada! ¡¿Qué te pensás, que acá somos todos tus sirvientes?!”
Acto seguido, arrebató la taza de mis manos y violentamente volcó su contenido en la pileta de la cocina. Yo me quedé boquiabierto mirándola. Carlos desde la cabecera de la mesa me miraba fijamente con desaprobación:
“Cerrá la boca, papanatas. Te va a entrar una mosca”
Le hice caso y me quedé sentado en la silla sin saber bien que era lo que correspondía hacer en este caso. Dirigí la cabeza hacia el televisor porque estaba por empezar telejuegos. (un programa que veíamos en la niñez los que hoy tenemos treinta o más). Carlos agarró el control remoto y apagó la tele. Yo lo miré sin entender. Mientras se cebaba un mate me dijo:
“Andate a jugar al fondo. Se terminó la tele hasta que seas menos forro”
Sin todavía entender bien que les pasaba a estos dos pelotudos, me fui para el fondo, salté la pared y me pasé a la casa de mi amiga Marcela, así miraba telejuegos con ella. (A mi nadie me iba a sacar los dibujitos)

Una tarde calurosa, María me había preparado un Nesquick frío antes de irse al fondo a tender una enorme pila de ropa. Carlos y Miguel, hablaban de política sentados a la mesa y Norma estaba cosiendo en una mecedora. La chocolatada tenía una tentadora presentación y venía con un platito que contenía unas galletas Ondina. Mientras revolvía la chocolatada, note que unos puntitos blancos aparecieron flotando en la superficie: “¡Qué cosa más rara!”, pensé. Una vez que el Nesquick estaba bien disuelto en la leche, me llevé la taza a la boca y di un gran trago.

El gusto fue indescriptible. La nausea profunda. La arcada dolorosa.

Miles de gotas de leche podrida, de todas formas y tamaño, volaron de mi boca rociando toda la mesa del comedor. En viaje a su destino final, las espesas gotas color glacé, interrumpieron la animada critica al gobierno Alfonsinista que padre e hijo mantenían.
“¡¿Pero vos estás en pedo, enfermo?!”, gritó Carlos mientras se secaba la podredumbre escupida por mi, de su cara.
“¿Qué paso?”, preguntó Norma con cara de entrenadora de Jokey.
“La leche tiene gusto feo...”, respondí temiendo por mi vida. “Además mira, tiene puntitos blancos. Me parece que está podrida”, agregué.
“Podrido estás vos, mogo. ¡Limpiá el chiquero este que hiciste y tomate el resto de la leche porque te reviento, mirá!”.
Mientras el matrimonio fantástico me seguía con la mirada, tomé un repasador de la cocina y limpié el fruto de mi asco. Me volví a sentar y me quedé mirando la taza, analizando que opciones tenía para salir ileso de la situación.
“Si no te tomás esa taza de leche te la hago comer. ¡Maricón! Flor de bacán está criando la loca de tu madre”, me dijo Carlos en uno de sus clásicos murmullos amenazadores.
Yo sentí un escalofrío bajar por mi columna vertebral. Sabía muy bien que el facho troglodita este era cien por ciento capaz de cumplir su promesa. En ese momento, Norma se acercó a mi oído y me dijo:
“Te la tomás toda. ¿Escuchaste, mogo? ¡Te guste, o no!”. Dicho esto, volvió a su costura.
Yo ya había soportado lo suficiente. Me levanté de la silla, los miré a los dos y dije:
"Esa leche está podrida y no me la pienso tomar”
Carlos se levantó de la silla, se sacó una ojota y se acercó lentamente a mi:
“Te voy a cagar a ojotazos, tanto pero tanto que no te vas a poder sentar por una semana”
“Tocáme un pelo y te denuncio a la policía, forro. Vos no sabes quien es mi viejo... ”, le contesté sin sacarle los ojos de encima.

Mentira. Esto es lo que me hubiera gustado hacer. Sin embargo, no dije nada. Después de la amenaza de Norma, me llevé la taza a la boca fingiendo beber. Repetidas veces. En un momento Carlos se levantó para ir al baño, Miguel se fue a atender el kiosko y Norma se puso a charlar con María en el fondo. Cuando me aseguré que en la cocina ya no había nadie, deje la taza sobre la mesa, tomé mi guardapolvo, mi mochila y me fui a mi casa.
Desde esa tarde, nunca más merendé en lo de María.

La consistencia de la leche que hoy estaba sirviéndome en la cocina, era bastante similar a la de aquella tarde en los años ochenta. No me animé a probarla para ver si estaba podrida. Recordar el gusto inmundo de aquella chocolatada me sacó las ganas de tomar Nesquick.
Hace mucho calor, pero tengo prendido el aire acondicionado, por lo tanto las bebidas frías son bienvendas pero no esenciales.

Creo que con un mate cocido voy a estar mas que satisfecho...

15 comentarios:

conedulcorante dijo...

ayayayayayaayayayay


estas historiassss

Guille dijo...

Pseudo-milico forro.
Lo cagaria bien a trompadas
Seguira estando por ituzaingo?

Muy buen relato! Aguanten las regresiones.

Marcelo dijo...

Creo que siguen en ituzaingo, pero no sabria decirte, no he pisado ese barrio desde el año 2000
tuvieron dos hijos... imaginate lo bien que la npasaron esos pendejos..

besote guillo!

marce

Anónimo dijo...

que bueno que puedas contarlo con tan buen humor
en fin
besos!

matutesf dijo...

cargar a un pibe con las frustraciones diarias... pequeñas victorias en pequeñas mentes una leche podrida, un insulto, mas de la insatisfaccion de sus chatas vidas... Pobres los pibes que tuvieron. PEKE hiciste bien en no volver más. Una consulta cuando salen las palabras que nunca pronuncias pero que siempre pensas?
BA&D
MAtias

Marcelo dijo...

Lucas:
Buen humor sobre todas las cosas. El mal humor lo tendría si siguera merendando con ellos... imaginate... je

Matutesf:
Abusar verbalmente de los demás era la única satisfación que les quedaba creo. Allá ellos!
Con respecto a lo de las palabras... creo que necesito que me tires otra pista porque no estoy seguro a que te referís
BA&D

Marce

Graciela L Arguello dijo...

Es mi primera visita al blog, y me ha sorprendido para bien. Una historia horrible, contada con maestría. No puedo menos que pensar en los pobres chicos que esos dos engendros criaron.
Pero María y Miguel ¿estaban pintados? ¿Nunca detuvieron esos abusos?
¡Qué horror!

Un abrazo, graciela

Marcelo dijo...

Graciela:
Es curioso que preguntes sobre Maria y Miguel, porque casualmente, creo que ellos eran igual de monstruosos que Carlos y Norma, solo que con la edad habian decidido ceder el puesto al nuevo matrimonio... nunca entendi bien como era eso. Me acuerdo que cuando pasaba algo y Carlos se ponia de mal humor Maria decia: "Carlos, cortala un rato, es un nene nomas". PEro despues se olvidaba de todo y volvia a sus quehaceres
Gracias por tu visita. Voy a leer tu blog un rato a ver que onda

Besos

Marce

Anónimo dijo...

Que buena historia!!!!
Gracias!!!!!

Abrazo

Z.R.

Marcelo dijo...

de nada, Zona Roja

Anónimo dijo...

qué bueno tomársela toda, ¿no?

Marcelo dijo...

Está muy bueno tu blog medrogoyvengo, muy educativo. Está bueno tomarsela toda, aunque dudo que te refieras a lo mismo que yo...

saludos!

Marce

ELOYINA MORALES..perez tu mama.. dijo...

que penita esos imbeciles...yo si les tiraba la leche pero justo cuando gritara para que se la pasara...me encanto tu forma de narrarla seguire leyendo tu blog.
saludos

Marcelo dijo...

ELOYINA:
Y... me parece que Carlos tenía ganas de que alguien le "tire la leche"... je

saludos y gracias por pasar

Marce

Heather Ann dijo...

You are an excellent writer and story teller! It's so hard to understand how people can be so monstrous. I'm glad you didn't have to go back. Where did you go for merienda after that?